Ondo maite izan dut amaituz doan paisaia. Vivimos rodeados de au-sencias, lejanas presencias y amores perdidos. Otro noviembre nos acecha. Con él, la amoratada luz del atardecer, los incendiados bosques, el acortado día, los orbeles, las hojas y el recuerdo. De nuevo, la berrea.

Decir santo es ya un arcaismo; cuando menos algo ininteligible, un rumor del pasado y, sin embargo, ¡tan del presente!

Parecerse de alguna manera a Dios: ser pobre, misericordioso, limpio de corazón, hacedor de la paz, sediento de justicia, sufrido, saber llorar, perseguido por causa de Jesús, eso es ser santo. Conocemos a personas así. ¡Dichosos ellos! Ésta es su fiesta y también la nuestra. Fiesta del disfrute y del presente con hermanos nuestros que se parecen a Jesús. Hemos conocido a personas así. Porque vivieron esta santidad nos dejaron las entrañas horadadas. ¡Dichosos ellos contemplando hoy el rostro del Padre! Nos alegramos con ellos, pidiendo ayuda en nuestra debilidad.

Y la alabanza como vocación definitiva de nuestro ser. ¡Tan olvidada y prostituida con mil baratijas pietistas! La alabanza que llevamos dentro porque "aún no se ha manifestado lo que seremos" según el evangelista San Juan.

Todos los Santos: la fiesta del pueblo de la alabanza.