Nos cuenta el doctor Bruce Lipton, prestigioso biólogo molecular: "Una vez que descubrí por fin la física cuántica, comprendí que, al rechazar con tanta diplomacia esas prácticas basadas en la energía, éramos tan necios como el presidente del departamento de Física de la Universidad de Harvard, quien les advirtió a sus alumnos en 1893 que no se necesitaban más licenciados en Física". He de reconocer que creí a charlatanes. Dediqué tiempo y entusiasmo a maestros que más adelante dejaron caer la máscara, con lo que demostraron el vacío total en el que se encontraban. Todo ello en nombre de una búsqueda absolutamente natural en el ser humano: la respuesta al gran misterio de la vida. Pero también conocí a mucha gente que realmente era capaz de lidiar con fuerzas que superaban mi comprensión. Pueden creerlo o ridiculizarlo, si ésta es la única forma de interpretar lo que digo. La mayoría de los testigos se mostraron incrédulos, opinaban que todo era un simple truco bien elaborado. Otros decían que era cosa del diablo. Por último, unos pocos creyeron que estaban presenciando fenómenos que superaban la comprensión humana. ¿Qué pasa con aquéllos que transgreden las leyes establecidas? La sociedad los considera un fenómeno marginal: "Si no pueden explicarlo, entonces no existe", y, con miedo de ser tachados de charlatanes, acaban sofocados por sus propios dones, esperando el día en que puedan ser tomados en serio, esperando una respuesta científica a sus propios poderes. Muchos ocultan sus posibilidades y acaban sufriendo porque podrían ayudar al mundo y no lo consiguen. Aun separando la cizaña del trigo, aun no dejándonos desanimar por la gigantesca cantidad de charlatanería, creo que debemos preguntarnos de nuevo, ¿de qué somos capaces? Y, con serenidad, ir en busca de nuestro inmenso potencial.