La victoria democrática de los partidos religiosos en Egipto confirma una tendencia histórica, que lleva gestándose desde hace cuarenta años. El vaciamiento ideológico que sufrió el país tras la derrota de 1967 frente a Israel, propició una lenta reislamización ayudada por los poderes del Estado.

Tras el fracaso del socialismo árabe y el panarabismo, el mundo árabe se encontraba frente a una seria crisis de proyecto. La desaparición de Nasser condujo a un cambio radical en las autoridades egipcias, pero este viraje necesitaba de un nuevo componente ideológico que sustituyera al populismo social de la década anterior: el Islam político. Anwar el-Sadat fue quien llevó a cabo este realineamiento, y no solo por acercarse a los Estados Unidos o firmar la paz con Israel, sino por introducir la Sharia en la Constitución egipcia. A pesar de su aproximación al islamismo, fue asesinado en 1980 por radicales religiosos, hecho que supuso la ruptura definitiva entre los Hermanos Musulmanes y las facciones extremistas. Hosni Mubarak continuó con la política amistosa de Sadat, temeroso de que la propuesta yihadista prendiera en la sociedad. A cambio de una paz social que le permitiera gobernar a sus anchas, Mubarak otorgó jugosas prerrogativas a instituciones y redes asistenciales religiosas. Educación, sanidad, moralidad pública o censura eran algunas de las atribuciones que los islamistas supieron administrar con sabiduría. Sin prisa alguna, estaban extendiendo su forma de pensar ante las narices de un Estado a todas luces decadente. Incluso en las amañadas elecciones del régimen había sitio para los islamistas.

A la falta de planificación político-ideológica hemos de sumar la desastrosa gestión económica. El capitalismo se ha mostrado en Egipto desordenado, febril y extremadamente acaparador, provocando grandes desequilibrios tanto en el campo como en la ciudad. En estas circunstancias las formaciones laicas como Egipcios Libres (liberal) o el Partido Socialdemócrata de Egipto (progresista), aparecen como opciones mermadas sin especial arraigo. Además, gran parte de la población identifica a estos partidos con la minoría cristiana y los intereses de occidente. El hundimiento ha sido de tal magnitud que el propio Mohamed El Baradei ha renunciado a la carrera presidencial.

Es posible que la magnitud de los cambios reflejados en las urnas pueda ser inesperado, pero el resultado desde luego que no. La sorpresa mostrada por algunos organismos y observadores internacionales no se corresponde con la realidad, nada de lo sucedido se ha ejecutado ni con tanta rapidez ni con tanto disimulo? Esto es lo que queríamos, ¿verdad?