El pasado lunes leía un artículo de un periódico de tirada nacional titulado El robo de la infancia. En él se relata la vida de dos niños que trabajan como criados de 6 de la mañana a 1 de la madrugada, los siete días de la semana, por 6 euros al mes. Una de ellas tiene 10 años. ¡Realmente escalofriante! Me sorprendió que a lo largo de todo el artículo en todo momento se hable de niños trabajadores o de trabajo infantil. Y yo me pregunto, ¿no es esto esclavitud? ¿Nos da vergüenza llamar a las cosas como son? Hablemos claro, son niños esclavos y sustentan el 10% de la fuerza laboral mundial. Se habla que son más de 400 millones de niños enredados en fábricas de alfombras, cosiendo sin parar, mineros, agricultores, prostituidos, criados?
El problema además es que a mucha gente de muy buena voluntad, cuando le llegan a sus oídos dramas como este, se plantea colaborar con Unicef, porque, claro, es el organismo de Naciones Unidas para la infancia. Pero en ese mismo artículo la responsable del programa de Unicef en Bangladesh decía: "No abogamos por la erradicación del trabajo infantil, pero sí creemos que se debe garantizar la escolarización como apuesta por el futuro". Por si nos quedaban dudas, está claro que Unicef no quiere acabar con el crimen de la esclavitud infantil. No puede haber escolarización mientras haya esclavitud. Un sistema económico basado en la esclavitud de los niños es inmoral, aberrante e injusto. O se elimina de raíz, o todo lo demás serán parches que no hacen más que agrandarlo. Iqbal Masih, otro niño esclavo, luchó contra esta injusticia y lo pagó con su vida, hoy es testigo y motor de solidaridad con los millones de niños esclavos.