A veces uno no puede creer que se argumente tan mal contra la evidencia. Ahora que, por fin, se propone en nuestro país y desde el Gobierno que el poder judicial sea realmente independiente, algún socialista protesta intentando justificar su imposibilidad. Se leen argumentos estrafalarios, fruto de la gran corrupción que hay en nuestra putrefacta democracia. Los defensores de una judicatura que en sus más altas instancias dependen de los politicastros de turno dicen que nadie es apolítico en esos cargos y que la neutralidad es imposible. Siguiendo esa tendencia podría decirse que, como tampoco la virtud pura es posible, pues todos erramos y tenemos algún pequeño vicio, hay que renunciar a ella. Pero lo justo y lo injusto en muchas cosas es previo a cualquier gobierno, como sabe de modo innato incluso cualquier niño. Por eso hay que buscar que los jueces sean profesionales y justos, lo más cercano posible a la neutralidad política es lo mejor. Para ver la verdad hay que buscar una cierta imparcialidad, intentar comprender uno y otro lado sin estar escorado previamente por el dinero o el poder que empujan en una determinada dirección. Una de las claves del poder es que esté dividido, como decía Montesquieu, que quien ejecuta no sea quien hace la ley, y a su vez estos no sean quienes juzgan. Así, unos a otros se controlarían. Solo es verdadero juez quien juzga de modo independiente de las presiones ajenas a la ley.
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