Sobre el exilio
Desde Santiago de Chile, he leído en DIARIO DE NOTICIAS el artículo Exiliados. Los de Tafalla a Tafalla de José Mari Esparza y me ha traído a la memoria acontecimientos antiguos y recientes de mi familia, de su exilio, de mi eterna división, que paso a contar. Hace tres meses recibí una llamada de mi hijo José Julián, que por las redes sociales había tenido noticias de Argentina. Una Linazasoro preguntaba si los de Chile éramos sus parientes, si llevábamos el mismo apellido por coincidencia cósmica o porque veníamos de Bera, y éramos vascos y navarros, chilenos y argentinos. Mi padre salió a Chile después de la retirada de Catalunya, desde los campos de prisioneros de Saint Cyprien. Sus padres, mis abuelos, en Bera, en el hambre de la Navarra de postguerra, poco podían hacer con su edad avanzada como no fuera escuchar la llamada de un hijo, de otro hijo que los mandaba a buscar desde Argentina. Desde entonces hubo una pérdida de contactos, rastros que parecieron hundirse en el tiempo hasta dejarme la afirmación confusa de que José Julián, mi abuelo, y Josefa, mi abuela, habían muerto al otro lado de los Andes, perdidas sus barcas en ese mar de pasto que es la Pampa argentina.
Mas de 20 años atrás decidí buscar las tumbas de mis abuelos. Cerca del final, mi aita me dijo que se moría sin poner flores en la tumba de sus padres. Traté de encontrarlos pero se los había tragado el destino, los años, la vida, las penurias. La guía de teléfonos no registraba nuestros apellidos, los cementerios no arrojaban muertos. De repente mi hijo me cuenta que apareció alguien preguntando desde Argentina si nuestro apellido era coincidencia o si éramos parientes, si mi padre y su abuelo eran hermanos. No perdí el contacto. En pocos días estaba en Argentina, con los supervivientes de mi familia beratarra. Tuve la primera foto de mis abuelos, ya nonagenarios, bellos, de txapela y falda larga, perdidos en un mundo al que no debían haber llegado y al que la fuerza de la vida los arrancó de cuajo del pueblico pirenaico.
Viajo a menudo a Bera. No conozco nada de ese exilio contemporáneo que hablaba el artículo. El que conozco es el de mi padre y de mis abuelos, el de mis hermanos chilenos y argentinos, el desgarro de la ida forzada de la patria. Puse flores en la tumba argentina de los viejos exiliados. Los abrazó, en el recuerdo, un nieto chileno.