El trabajador como activo
Todo empresario quiere que los trabajadores de su empresa ganen lo mínimo para obtener así más beneficio con su trabajo; pero también quiere que los trabajadores de las demás empresas ganen lo suficiente como para que puedan comprar los productos que fabrica.
Las expectativas que el electorado ha depositado en el PP como buen hacedor de cara a la crisis económica se están diluyendo, primero, en las reformas que nada tienen que ver con la crisis y sí con el retroceso en derechos sociales que se deriva de la impronta ideológica y moral de los nuevos gobernantes (aborto, educación para la ciudadanía, bodas gays, etcétera). Y segundo, con una reforma laboral que otorga una posición de dominio al empresario para contratar y despedir de forma más barata, argumentando que tal medida contribuirá a mantener el empleo; el colmo de la desfachatez porque ellos saben que es la puerta abierta al despido masivo.
El tema viene viciado de origen porque el Gobierno y la patronal consideran al trabajador como una herramienta más de la empresa. Que se puede modificar, adecuar o simplemente suprimir para ajustar el balance de rentabilidad. En lugar de considerarlo como un activo, un valor importante en el espacio del consumo porque el trabajador-productor también es un consumidor. Es una manera absurda de intentar aupar al tejido empresarial por encima de los cadáveres de sus trabajadores, porque de poco o nada sirven las medidas de ajuste en la producción si luego no existen compradores con poder adquisitivo.
Una reforma laboral que no sitúa a todos los actores (empresa y trabajadores) con un mínimo de posibilidades de supervivencia es un subterfugio para hurtar derechos laborales históricos y que no va a servir para el crecimiento económico sino para todo lo contrario. Y si no, al tiempo.