Tótem y Semana Santa
Ya San Juan de la Cruz advierte de cómo las manifestaciones religiosas ante un objeto, siendo buenas, porque tenemos sentidos y a muchos les ayuda, pueden constituir un lastre si el alma a Dios volar quiere y se sigue agarrando a ellas con demasiado afán. Y esto nos sucede especialmente en los pueblos ibéricos donde la Semana Santa extiende con sus procesiones maravillas del arte, de la escultura, la pintura, el arte floral, la música, la danza, la poesía por numerosas ciudades y pueblos de nuestra geografía.
Los amantes del arte siempre hemos defendido como una joya estas maravillas que la tradición nos ha legado desde hace siglos, bellas para infieles y creyentes, cultura de alta calidad que, por medio de la religión del perdón y la misericordia, la del Dios enamorado del hombre, llega a conmover miles de corazones. Sin embargo, cuando vemos año tras año llorar a los que durante meses preparaban tan magníficos pasos porque llueve y no se atreven a estropearlos hay algo que falla.
A veces los españoles son más paganos que cristianos cuando van en procesión. Sin embargo, la tragedia se arreglaría sacando pasos con clones o copias perfectas -hoy es posible hacerlas sin grandes costes, nadie lo percibiría- de esas maravillosas esculturas del siglo XVII o de otras épocas que no se atreven a sacar y, en vez de costosas sedas, un traje apto para las aguas o un tejadillo de protección, y a pasear los pasos con la penitencia de un celeste techo que arroja su primaveral llanto sobre los mortales del valle. El beso entre la materia hecha arte y el cielo del espíritu que se hizo carne seguiría produciéndose.