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El príncipe Felipe tonto no es

El príncipe Felipe tonto no es, y, además, para ver cómo están las cosas tampoco hay que ser un lumbreras. No hay que ser muy listo para estar a la altura de los tiempos. A la altura de los tiempos estamos todos, nos quieran o no, y las cosas están cambiando, y están cambiando para bien. Ya nadie será un Shakespeare porque heredó un apellido y porque supo imponerlo con su fuerza. Para ser un Shakespeare no vale la herencia aunque tengas mucha y te la gastes en armas. O te escribes unos Romeos y unas Julietas o mejor que te calles, porque en vez de enseñar las plumas lo que se te verá es el plumero. Y cuando el plumero es tan solo el ansia de poder de un necio, las plumas no son más que necedades aquí y allí y en todos lados, porque el ansia de poder sin ton ni son ni justicia social lleva a estas cosas, a fotografías de Sadam Hussein en cada hospital, a fotografías de Fidel Castro en cada esquina, a fotografías del rey y su reina en cada clase, a fotografías en cada aula en vez de una buena educación, una buena sanidad, de una calle hecha para los que andan la calle, para los que la viven.

Esto lo ven hoy con una lucidez desconocida en otras épocas desde los niños más niños hasta los príncipes. Así que yo pienso que el príncipe Felipe haría bien en renunciar con honor a su reinado, en ser noble en lo dicho y en lo hecho tal y como toda nobleza obliga. Porque Felipe tonto no es. Y porque tontos no somos nosotros. Su fundación le da un premio a la política de la limosna en vez de a la política de la concordia y de la justicia social. No vale. La expresión banco de alimentos en boca de la Fundación Príncipe de Asturias huele a eso, a bancos y a estafa, a Rodrigo Rato, a la fundación de su hermana Cristina y de su cuñado Iñaki Urdangarín, a lavarse la cara después de un gran robo. Huele a limosna, no asoma la más mínima intención de justicia social, no cambia nada.