Verdades como puños, y claro, los puños duelen. Duelen a cada una de las personas decentes y honradas que hacen todo cuanto está en su mano para tener una vida digna y, sin embargo, les bajan su capacidad adquisitiva, les suben los impuestos, les dificultan su futuro y les ponen continuas cortapisas a su bienestar.
Los políticos de este país tienen la vergüenza y la indecencia de aleccionar a las masas y dar cátedras morales sobre el deber de ser austeros, ahorrativos y vivir igual de bien con menos. Mientras tanto, ellos se suben los sueldos, van en vuelos de primera clase, y llevan la vida del sultán de Brunei (pases VIP, comisiones, dietas, etcétera). Perciben salarios enormes que no van de acorde a su responsabilidad ni trabajo, y muchos de ellos encima cobrando sueldos vitalicios de 70.000 euros anuales (expresidentes de Gobierno y algunos ex altos cargos) por prestar sus servicios a la nación (cosa que en principio uno realiza de manera voluntaria y no con el afán de recibir una compensación futura). ¿Nos extrañamos acaso de que la gente este harta de tanta incongruencia?
Pero yo quiero poner un matiz positivo ante tanta negatividad y desidia. Todo esto tiene y debe transformar nuestra conciencia de manera decisiva. Podemos invertir la balanza, y esto depende plenamente de nosotros y de quiénes nos gobiernan. Tener en cuenta debidamente la necesidad de dar una oportunidad real a los ciudadanos de prosperar y mostrar sus mejores capacidades al servicio de su país. Adoptar una conciencia empática que tenga en cuenta el bienestar de cada ciudadano y la realización de cada persona. La política debe dar un giro radical, y dejar el componente ideológico a un lado. La prioridad del Estado de bienestar es la realización y felicidad de los ciudadanos, y aunque es verdad que esto no le compete al Gobierno de turno, sino a cada uno de nosotros, éste puede allanar el camino y dar facilidades para que estos objetivos se cumplan. ¡Que comience la nueva ola de cambio!