Siempre se puede hacer algo. Lo único que no sirve es no hacer nada, mirar para otro lado, negar lo que está pasando. Es tanto el dolor por Gaza, la sensación de impotencia, que es fácil caer en la idea de que lo que hagamos no sirve. Que para qué denunciar, para qué movilizarse, para qué exigir desde aquí el fin del genocidio si seguimos viendo a diario la muerte en directo de personas como nosotras, como nosotros. Civiles que mueren de hambre o por los ataques.
Entre ellos periodistas, colegas, que se juegan la vida sabiendo que la carta está marcada. Pero sienten, con esa vocación sin la cual este oficio no tendría sentido, que tienen que estar ahí, para que a través de sus ojos, de sus palabras sepamos lo que Israel y quienes le apoyan no quieren que se sepa. Son ya más de 250 los periodistas asesinados según Reporteros Sin Fronteras. Y los matan por lo que son. Porque denunciar y contar lo que pasa es un arma poderosa para romper la corriente de mentiras en las que crece la desesperanza. Cada vez son más las voces que se unen a la exigencia de que acabe el genocidio contra el pueblo palestino. Prácticamente todas las ONGs, que saben lo que es trabajar en un terreno hostil como siempre son las guerras, están unidas tratando de frenar tanta muerte.
Vemos las cámaras ensangrentadas, los micros por el suelo, sus chalecos de prensa que no sirvieron para protegerles y sus cuerpos ya muertos y entre la pena y la tristeza se cuela con fuerza la indignación y la rabia y el convencimiento de que este oficio, el periodismo, el contar la verdad y no callar ante las injusticias, tiene más sentido que nunca. Desde Navarra, quienes lo ejercemos, también nos hemos unido a ese grito colectivo. Porque nos sentimos con Gaza, con Palestina, aunque no estemos allí.