Hoy he conocido el miedo. Ese sentimiento que se te mete en la piel cuando algo malo te puede llegar a ocurrir. Aunque finalmente no ocurra nada. Y es que, cuando sientes que puede morir a manos de tu expareja, todo se te viene encima. No, no me ha ocurrido nada. No a mí, sino a una compañera de trabajo.
Sin esperarlo, hace dos días en el centro de Bilbao, de manera espontánea. Ella, llorando sin parar y con la voz entrecortada me ha pedido ayuda. Como responsable de la tienda en la cual trabajo me ha preguntado si podía llamar a la Policía. Bajito y entre lágrimas me ha comentado que una persona, su expareja (para un servidor, un cobarde sinvergüenza sin tapujos con orden de alejamiento, un tipejo capaz de impartir miedo en base a la violencia y a la fuerza bruta, un asesino en potencia), estaba merodeando la tienda, nuestra tienda, su puesto de trabajo, su intimidad. Se ha acercado para dejarse ver. Su fin, hacerla sufrir, verla llorar sometida a su fuerza y a su falta de escrúpulos. Resumiendo, agredirla psíquicamente.
Mi respuesta, sin dilación, llamada al 112. En cinco minutos, la Ertzaintza presente en nuestras instalaciones. La dejamos en sus manos. Rápida, ágil y acertada respuesta de las fuerzas públicas.
Mi pregunta, la que me hago ahora tras llegar a casa: ¿cómo un animal de esas características puede intentar hacer daño a esa chica? Respuesta: porque es un animal y como tal se comporta. ¡Maldito canalla!
No quiero que la ira me corroa, no merece la pena. Y menos con personas que no se lo merecen. Pero lo que sí merece la pena es que, entre todos, no dejemos que animales se comporten libremente en nuestra sociedad. La violencia de género está presente en nuestra sociedad. Entre todos podemos erradicarla. Aporta tu granito de arena, conciencia y educa en igualdad. Y ante todo, si ves alguna situación de este estilo, no dejes pasarla; denuncia.
¡Ánimo compañera!