No es de extrañar que a mi todavía corta edad, no teniendo aún una total y completa percepción de la realidad y funcionamiento del mundo, los hechos o las noticias cotidianas me sorprendan más de lo que lo pueden hacer sobre los considerados experimentados de la vida. Sin embargo, aun teniendo presente esta afirmación, no me considero una joven alocada por sorprenderme, alterarme y rebelarme ante la nueva actualización del diccionario de la lengua castellana que la RAE ha considerado oportuno hacer. Expresiones como “hijo, cómete las almóndigas, el murciégalo es el único ave mamífero, tengo visita con el dotor en otubre, o asín de sucia estaba la toballa que tuve que lavarla”, por sorprendente que pueda parecer, de ahora en adelante no contendrán ninguna falta ortográfica.

Mientras escribo esta carta no puedo evitar recordar a mi profesora de Lengua y Literatura que siempre afirmaba que la lengua está viva y se adapta a sus hablantes. Aun estando totalmente de acuerdo, no considero que ello deba conducirnos a su destrucción y mal uso, aceptando errores en vez de términos novedosos que se incorporan a la lengua.

No me considero quién para juzgar las decisiones de los sabios encargados de organizar y dirigir la lengua castellana. Sin embargo, no me gustaría ver cómo en vez de erradicarlos, una lengua tan antigua y con tanta historia se deja llevar por los errores de algunos de sus hablantes y se deja caer en picado por el valle de los vulgarismos.