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De faltas y de hombres retorcidos

Entro en el bar de siempre a desayunar, pido el café cotidiano y me siento a leer la prensa. Frente a mí, un cliente de mi negocio mantiene la cabeza sumergida en su diario. En un momento dado, se gira y me pregunta: “¿Voy va con v?”. Yo asiento con la cabeza. “Pues sí, voy va con v, iba irá también con v, ¿verdad?” Yo le miro y me callo. El hombre coge su periódico y señala en un texto lo que, según sus explicaciones, era una falta ortográfica. Y me dice: “Tú que eres un escritor reconocido y que tienes facilidad para manejar las palabras, podrías escribir un artículo criticando a los periódicos. Yo soy un pobre ignorante que no sé hacer la o con un canuto. Pero tú, con tu genialidad y tu saber hacer podrías machacarlos”. Mientras me lisonjeaba, yo iba pensando: ¿qué le habré hecho yo a este señor para que me odie tanto?

Ahora, al terminar de escribir esta carta al director, me digo: la mandaré a los periódicos y si la publican, le preguntaré a este buen hombre qué considera más grave, mi falta o su odio.