Levantó la niebla, desaparecieron los tonos grises de días anteriores en Pamplona, pero no en la vega del Sadar, seguimos con nebulosa y futuro incierto con imágenes tenebrosas después de haber tenido un espejismo de tímidas e ilusionantes reacciones, aquellas con las que nos ilusionó la Copa y siendo el segundo sorbo el que nos atragantó.
No queríamos mirar, pero desde el ático de los sueños, observamos temerosos el portal en cuya puerta no quisiéramos ceder el paso amablemente a quienes apeamos en Montilivi, después de aquella tormenta sin posibilidades de naufragar.
Las cuestiones meramente extradeportivas, y máxime los despachos, se han convertido en la mas pura antología del disparate, queriendo encontrar un bálsamo elaborado con sustancias prohibidas, desvinculándose de la lógica y actuando sin cordura ante un equivocado diagnóstico.
Desconcertados, con un oscurantismo informativo nos encontramos los de siempre, quienes no hemos faltado y no tenemos intenciones de cambiar, nos quitaron al culpable de estar aquí, estimaron oportuno cambiar y respetamos. Dos meses después retomamos el punto de partida con falsas creencias que favorecen retos personales de dudosa credibilidad y esperando unos refuerzos que hasta pueden incumplir con nuestro apalabrado convenio.
El descabello no es descender, mantenernos es tarea complicada pero no imposible, inasequible ha sido el egoísmo de pedir un año más en la categoría, no siendo lo mismo por méritos propios, que propiciando caer en el ostracismo. Hay que ver la realidad, y estar en el sitio que pueda correspondernos, sin repetir errores del pasado para no caer en la debacle que una irregularidad nos puede volver a llevar.
Comenzamos año con un duelo entre equipos faltos de vitamina C, a nosotros solo nos queda imitar a los más supersticiosos, y lo hicimos con algo rojo, el color de nuestro corazón.