Ola de silencio
Mientras un manto de nieve cubre una Europa gélida, escribo estas letras desde las venerables tablas y exquisitas alfombras de una fastuosa y deslumbrante biblioteca, con cuadros de personajes que pelucas llevan, adornos barrocos, vidrieras y esculpidas estanterías con venerables tomos de piel labrada en doradas letras; estoy al otro lado del canal, en la biblioteca del Colegio de la Reina, en Oxford, mientras el continente queda aislado por los desacuerdos políticos y económicos, según los nacionalistas británicos.
Aquí es un placer estético trabajar y resulta fácil sentirse aportando algo para desarrollar mejor la humanidad. Disfruto comiendo con profesores de diversas disciplinas, de física, de biología, nanotecnologías, etcétera. Pero estamos amenazados, como en otros países occidentales.
Los nuevos políticos, después de una generación de corruptos o ineptos (ambos criminales con sus pueblos, por robarnos hasta la esperanza), no tienen interés en el saber o en las ciencias. Les molestan porque pueden cantarles a la cara las verdades y prefieren el silencio. Como el que han querido imponer a Assange, al desvelar los mensajes de la política internacional. Prefieren ocultarlos porque lo que dicen y hacen es sucio, huele a podrido. Prefieren la enfermedad porque con ella operan según su interés particular y nos van extrayendo el corazón y hasta los hígados para venderlos al mejor postor. No interesa que los científicos hablen del cambio climático y otras amenazas para el género humano. No interesan los intelectuales que analizan nuestro sistema social y muestran cómo se va deteriorando. Ya no se construyen bibliotecas nuevas como ésta; todo es más simple, funcional, barato. El saber queda arrinconado, silenciado, en academias cada vez más menesterosas. Nuevas hordas políticas increpan en vez de dialogar con argumentos.
Soraya, la portavoz del socialismo, criticó los insultos a Patxi López -sin ser afín a sus planteamientos-, pero un grupo de violentos de su partido la increpó por ello. Abucheos a la palabra. Mordaza, silencio propio de bestias apaleadas quieren imponernos. Pero hay esperanza, aunque cada vez, con la corrección política en el lenguaje, con las leyes que censuran nuestro lenguaje, la libertad va quedando arrinconada “por motivos de seguridad”, la suya. Hermoso es lo que ha dicho Lucía Carrero-Blanco, la nieta de quien fuera mano derecha de Franco, el presidente que fue asesinado y con su coche voló por los aires: “Me asusta una sociedad en la que libertad de expresión, por lamentable que pueda ser, pueda acarrear penas de cárcel”. Cárcel han pedido, dos años al menos para la jovencilla que escribió comentarios estúpidos, repugnantes bromas sobre ese hombre ejecutado por ETA. Es una desgracia usar mal la libertad, pero peor es amputarla.