En todas las sociedades modernas se aprecia una propensión en progresar hacia avances sociales de equidad, justicia y solidaridad. No tanto motivado por la bondad humana de los dirigentes, sino por la presión de los estratos sociales medios y bajos. Habrá quien, al comprobar la incontable cantidad de casos en los que lo dicho no se cumple, negará la mayor de este postulado. Sin embargo, la perspectiva histórica sobre los tiempos pasados afirma una tendencia en ese sentido, con sus luces y muchas sombras. Cierto es también que la Historia está salpicada por la interposición de personas o colectivos, que han supuesto un impedimento en la consecución de esos logros. Unas veces por ignorancia y/o maldad, otras por el intento de imponer criterios morales, muchas en la resistencia a perder privilegios y la mayoría por una mezcla de todo asistida de imbecilidad; como es el caso de Trump. Estas nocivas intervenciones suponen un lastre añadido a las propias dificultades que el recorrido tiene para la sociedad, ya que se han de vencer costumbres e inercias en algunos temas considerados insalvables. Los lastres logran retrasar los procesos, por años o por décadas. Pero por duro que parezca, solo son eso, rémoras que demoran lo imparable. Se entenderá mejor lo que digo analizando el papel negativo de diversos actores en nuestra cercana historia en lo relativo a la democracia, divorcio, aborto, matrimonios gays etc.
Cada pueblo tiene en su historia episodios de sus propios lastres con nombre y apellidos. Algunos aprenden de esos lastres y avanzan. Otros, los hacen presidente del país. Que no cunda el pánico? ni el ejemplo.