En la Transición se forjó el GPA (Gran Pacto Antirrepublicano) para que por siglos españolitos y españolitas no tuviéramos que gastar los grandes dineros en elecciones para la Jefatura del Estado. Los Borbones se encargarían de la logística genética, generativa, y la Casa Real de todo el aparato mediático y propagandístico. La tradición volvía a golpear con su mazo de juez sobre el centro de la mesa de autoridades. De los sillones a los que accedían los parlamentarios se percibían exclamaciones de júbilo apenas contenido.

El pueblo fiel al que en aquella hora hacían gala de “soberano” los titulares de prensa, los micrófonos y las cámaras, sólo acertaba a decir amén. Al pueblo fiel se le repetía además, por activa y por pasiva, que este sistema de sucesión monárquica en la rama de los Borbones pasaba a ser el único que vehiculaba la transición a la democracia. Y, pese a ser la llave maestra, las personalidades políticas que estaban situándose en los puestos representativos desde el apoyo popular de las urnas no lo consideraban de la mayor relevancia. Siendo la llave, lo más importante correspondía a ese interior de libertades y democracia, de ejercicio de la voluntad popular, de protagonismo y decisiones de los partidos políticos, de conciencia crítica y control por parte de los medios, de mejora de las condiciones de vida de la ciudadanía, de regular y continua acción legislativa de las Cámaras, a las que con esa llave se iba a permitir el acceso. Además, la política municipal y la regional y autonómica, que interesaban vivamente a todas las clases sociales pero sobre todo a las populares, parecía no sentirse afectada por esa resolución de altas instancias.

¿En aquellos momentos hubiese sido inteligente admitir como primer paso de la Transición un referéndum vinculante que posicionara a la ciudadanía como ente decisorio de la forma de gobierno respecto a la jefatura del Estado? Los poderes fácticos, las fuerzas políticas democráticas emergentes suscribieron sin reparo alguno: No. Y en la Transición se forjó el GPA. La urgente necesidad democrática era más imperiosa que el sentimiento, la memoria o el enaltecimiento republicano. Ahora, cuarenta años más tarde, ¿era una posibilidad dar la voz al pueblo en este sentido sin pensar en poner en peligro el equilibrio del sistema?