Falta un mes para que se cumpla un año, y ni Merkel ni Rajoy, personalmente, han confirmado ni desmentido la llamada que, según se publicó en Alemania, ella le hizo a él a primera hora de la tarde del 1 de octubre de 2017 para que parara la violencia policial contra votantes que estaba viendo por televisión. Sólo disponemos de la prueba en contrario, pues por la tarde bajó mucho la tensión y terminaron votando más de dos millones de personas en miles de urnas de las que miles de policías españoles no habían conseguido encontrar ni siquiera una, antes de que las primeras papeletas las llenaran de democracia. Porque votar es democracia cuando se hace libremente, y más si se vota contra la amenaza del más fuerte. Aunque sólo lo fuera como una movilización pacífica, imprescindible para satisfacer la rebeldía colectiva acumulada durante años de bloqueos y negativas.

Anda Sánchez entusiasmado ahora con los países hispanos que sí se atreven a juzgar a sus dictadores y a devolver a sus legítimos lo que aquellos émulos de Franco les robaron bajo amenaza. Tan animado está que propone montar en España una Comisión de la Verdad sobre nuestro pasado, lo que sería creíble si con la otra mano no estuviera retrasando hasta 2030 hacer público lo que sigue oculto del 23F y la dictadura, cosa que obliga a los historiadores españoles a salir al extranjero para investigar sobre España.

Este otoño no habrá en Catalunya ni urnas ni más policías de lo normal, pero quizás se cierne un peligro mayor y de consecuencias imprevisibles. Pero si Sánchez se atreviera a levantar el secreto sobre lo que hizo Rajoy durante cada uno de los 1.440 minutos de aquel 1 de octubre, dejaría tan parados a Casado y a Rivera que ni PP ni Cs seguirían anunciando cada día una especie de guerra civil de baja intensidad en Catalunya que, de tanto insistir, también cultivan, y Merkel no tendría ni la tentación de llamarle por teléfono para que acabara con ningún espectáculo.

Ánimo presidente, que las grandes causas obligan a grandes osadías.