El mundo en el que vivimos se está acelerando de tal forma que cada vez resulta todo más pasajero, como si tuviera que consumirse deprisa sin tener apenas tiempo de saborear los pequeños placeres de la vida, que son lo que más se disfrutan.

Los contactos a través de las redes sociales, que suelen tener como objetivo principal satisfacer el deseo sexual de forma inmediata, a golpe de clicks y de las mal llamadas citas a ciegas, no dejan de ser situaciones que cada uno resuelve como mejor puede, pero que solo resuelven eso (valga la reiteración), que nos empeñamos en llamar hacer el amor, cuando en ese tipo de circunstancias el amor brilla por su ausencia.

Ahora, que parece pasado de moda tener que estar enamorado para hacer el amor, es cuando más hay que reivindicar el amor con mayúsculas, el amor puro y desprovisto de pasiones, porque estas son esencialmente efímeras, ciegas, falsas y materiales.

Y es precisamente ahora cuando hay que reivindicarlo como algo, no solamente posible, si no realizable, algo que hoy mismo he podido comprobar con una amiga a la que no veía desde hacía varios años, de la que he estado siempre platónicamente enamorado, y que me ha correspondido con una mirada cómplice, en una comida en la estaban presentes dos de mi hijos, que ha sido suficiente para colmar todos mis deseos.

Ella se llama Alexia, y no doy más datos, porque lo único que pretendía con esta carta era precisamente eso, reivindicar el amor platónico, que aunque parezca pasado de moda, a mí, hoy, me ha dado la alegría de mi vida.