Los dos utilizan idéntica estrategia, y repiten día sí y día también la misma cantinela, como aquel “don Nicanor toca el tambor” de las viejas ferias. Acusan al socialista Pedro Sánchez de “golpista” y a su política de “golpe de Estado”, en miserable actualización de la doctrina del sanguinario Franco cuando, tras su criminal y cruel sedición y rebelión contra el gobierno constituido de manera legítima, se autoerigió dueño y señor del poder y tachó a sus enemigos (y es que desde su mente enfermiza, los consideraba así) de “rebeldes” y los acusó de “auxilio a la rebelión”. El mundo al revés. El recurso a la propaganda y a la mentira mil y una veces repetida, escuela del nazi Goebbels, pretendieron según la esquizofrenia franquista y obligaron a hacer creer realidad lo que fue todo lo contrario. A diario, tanto el popular Pablo Casado, por descontado sin mención ninguna a su pesada (no pasada) carga corrupta, el mayor saqueo y manipulación judicial jamás sufrido en España por un Partido Popular que habría sido ilegalizado y sus dirigentes juzgados, condenados y encarcelados en cualquier país más sólidamente democrático, como la veleidad de Alberto (¿Albert?) Rivera, sueltan igual el aburrido estribillo: ¡Golpista, golpe de Estado!

De la misma forma, sumidos en su catastrofismo tachan al gobierno socialista de “pactar con los independentistas”, con los que “quieren romper España”, creyendo ilusos que la memoria es débil y hemos olvidado las veces que el ínclito y lastimoso Aznar hizo lo propio con presupuestos, relatores y mediadores.

Y como Franco, vuelve Pablo Casado, y es que le puede el subconsciente, con la amenaza de que les negará el traspaso de más competencias a las comunidades “desleales”, cuando sabe o debería que eso sería abiertamente anticonstitucional y contrario a lo confirmado y ratificado por el Congreso y el innecesario Senado. Lo que le gustaría es decir “provincias traidoras”, igual que hizo su ideólogo de cabecera, el dictador Franco, con su decreto del 23 de junio de 1937 que estuvo vigente hasta 1968.

Para golpe de verdad el de aquel militar traidor (“Ustedes no saben lo que han hecho, porque no lo conocen como yo”, ya advirtió el general Cabanellas cuando se nombró generalísimo a Franco) que se hizo amo y dueño de España. Ojalá su golpe de Estado hubiera sido como el que pregonan Casado y Rivera. Más de un millón de muertos, muchísimos de ellos inocentes civiles y en tierra sin frente o sometida, lo habrían agradecido.

Este señor y su adlátere, Casado y Rivera, peligrosísimos los dos en una sociedad que debería basar su futuro en el diálogo y el buen sentido, cuestiones para las que es evidente que no están capacitados, quizás pretenden hacernos olvidar su acceso al poder en Andalucía previo vergonzoso pacto con lo más cerril y reaccionario que ahora mismo campa en su política de marcha atrás, de la confrontación y de sus ansias de hacer suyo y de nadie más el poder al precio que sea, olvidando que no hay manzana sana mezclada en un cesto con las podridas.

Y haciendo creer, barbaridad va y viene, que son guardianes (¿desde cuándo?) de una Constitución trasnochada y rancia que ni de lejos ha sabido superar la tozuda realidad del paso del tiempo. Descaradamente apoyados por un rey que ni sabe ni le conviene la neutralidad que debiera, ¿alguien ha leído la opinión sobre el brexit de la Reina de Inglaterra, o de algún otro rey europeo sobre la política de su país?

El 28 de abril, y el 26 de mayo, la sociedad se debe movilizar haciéndose oír y en uso de sus propias armas, ni necesitamos ni queremos otras, con sus votos para cerrar el paso al catastrofismo, a la barbarie retrógrada y a la idea obsesiva de esta impresentable clase de políticos por cuyos hechos pasados son sobradamente conocidos: insoportables recortes sociales a todos los niveles, injusta reforma laboral, corrupción galopante, descrédito internacional y negación de los derechos históricos de los pueblos, en nuestro caso de Navarra.