el pasado sábado 23 de marzo, el señor Cabodevilla (al que leo con gran interés), escribió sobre el Día Internacional de los bosques, un gran artículo, que pretende y consigue, espero, concienciar sobre la importancia del bosque en todos sus aspectos y bondades que son evidentemente infinitas.

Este artículo me ha hecho reflexionar sobre varias cuestiones.

La primera y principal es la distancia enorme que separa al rural del urbanita (sin ningún tono peyorativo, simplemente por dar un nombre a quien vive en la ciudad y en el pueblo). La colonización de lo urbano ha llegado a tales cotas que hasta los propios rurales piensan con mentalidad urbanita. Es triste pero es así.

El gran valor del bosque como sumidero de CO2 se va perdiendo en cuanto los árboles se van haciendo viejos, por lo tanto, ese bien, el árbol, se tiene que cuidar, se tiene que actuar sobre él. Tenemos unos planes de ordenación y manejo forestal en Navarra que establecen cuándo, dónde y de qué manera cortar, todo ello para que el bosque esté sano (biodiversidad), y la absorción de CO2, tan necesaria, sea la máxima posible, en beneficio de toda la sociedad.

Para ello, es necesario que se corten los árboles. Cortar árboles es una labor silvícola, quizá hablar de explotación forestal suena mal para el sensible urbanita, pero podemos cambiarle el nombre. Cuando ustedes, urbanitas, ponen calderas de astilla en sus urbanizaciones, ¿cómo creen que se hace esa astilla que calienta sus casas? Cuando van a una tienda de muebles y ven un mueble de madera, de los de verdad, de los que tienen vida, de los que aportan salud a las casas, ¿cómo creen que ha llegado a la misma?

Pues llega, porque hay unas personas, muy pocas, cada vez menos, que cortan árboles en el monte y otras personas, con un camión, los transportan a sus lugares de destino, que puede ser el lugar donde se va a cortar la astilla que va a calentar su casa.

Estas personas, a lo largo de los siglos, se han jugado la vida, han trabajado y trabajan en condiciones frágiles, inseguras y no sólo no se les tiene en cuenta, sino que se les ponen trabas, son enemigos, son malos, ¿cómo puede pasar un camión por un lugar donde hay turistas caminando? ¡Qué horror! ¿Cómo dejan hacer estas barbaridades? Este es el urbanita. (Aunque insisto que también los rurales piensan así). Si va a pasar una bici o varias o, por supuesto, una carrera, esas personas tienen que dejar de trabajar por el artículo 33 (compatibilizar), porque lo importante siempre es el turista, la bici, el que va a recoger setas, el que va a pasear. Y nos olvidamos de estas personas que lo único que intentan es ganarse la vida en territorio hostil.

Todo esto, que es la base de la economía de muchos pueblos de montaña, o se ha perdido ya, o está camino de perderse; ya no hay gente que quiera trabajar en el monte, se da la circunstancia que un pequeño empresario de la zona, que se dedica a cortar leña y venderla seca, hoy no tiene suministro de leña para vendernos ni a los rurales ni a los urbanitas pues no busca quien le suministre la materia prima con la que trabaja. Todo lo que les cuento pasa y es real, tan real como que el mayor ingreso de los pueblos de montaña es la venta de madera; que esos ingresos permiten arreglar calles, hacer frontones, financiar Servicios Sociales de Base, actividades culturales?

En mi convencida soledad, en mi minoría más absoluta, miro al bosque como recurso y solución fundamental, y a todos los productos que nos puede dar; venderlos, porque también generarán más trabajo allá donde vayan, y cuidar y respetar a las pocas personas que trabajan en este medio. Respetar a quien corta árboles y respetar al que los transporta. Y pelear por cobrar los servicios ambientales que estamos ofreciendo.

Y del turismo y la micología y del deporte? hablar otro día? que da para mucho? pero para menos que la madera.