Archiconocida y re(quete)sabiada frase la de “Todos los políticos son iguales”, como conocida es también la respuesta irónica a la defensiva del “pero unos más iguales que otros”. Es curioso cómo funciona el dicho: bajo el aspecto de una llamada desilusionada a la abstención electoral, se oculta más que a menudo una justificación inconfesa del acto de seguir votando a “los de siempre”. Apostaría a que la mayoría de quienes dicen compartir la idea no se abstienen, sino que siguen votando a los y las “más iguales”. ¿Por aquello de “más vale malo conocido?”? Puede ser, insondable es la capacidad humana para reincidir cada cual en aquello que cada quisqui critica. ¡Ay, el conservadurismo inercial! ¿Congruencias del comportamiento electoral? ¿Incongruencias?... Dejémoslo en (in)congruencias, que cada lector y lectora elija o deseche a su buen entender el prefijo.

Por alguna parte, no voy a buscarla ahora, dejé escrito hace algún tiempo que no sería malo que quienes comulgan con la idea de marras probaran y experimentaran si es cierta o no, votando a modo de ensayo y error por una vez siquiera, a quienes ofrecen algo diferente pero no han tenido ocasión de demostrar, ya con ciertos poderes en la mano, lo cierto o falso del suspicaz aserto. Pero, claro, excesiva aventura para el conservadurismo inmanente de esa gente tan supuestamente escéptica como, a la hora de la penosa verdad, resignada.

Felizmente, aunque por escaso margen, se ha podido comprobar en Navarra en estos cuatro últimos años la falsedad de la idea, su trampa escondida, aunque no es poco el personal que sigue esgrimiéndola y dando alas al socorrido, generalista y acrítico planteamiento. Al fin y al cabo, estamos ante una de las características de la decepción, la capacidad de autoalimentación.

Esos y esas “más iguales” no pierden el tiempo en demostrar su buena gestión cuando han sido mandamás en lo político (y, ojo, siguen siéndolo en otros muchos ámbitos), se regodean en (y alimentan) el resabiado mantra a conciencia, o en la convicción al menos de que en tiempos de cambio funciona a la contra de nuevas experiencias y posibilidades, de que no les afecta a ellos y ellas sino a cualquier otro tipo de propuestas renovadoras. Si hay que hacer el ridículo, se hace, si hay que ser patético, se es, si hay que crear think tanks firmados con seudónimos a lo independiente e ingenuo, se crean (¿qué diablos es, por cierto, eso de los think tanks?, a mí, al menos, en mis resonancias fonéticas y escaso inglés me sugiere la idea de herméticos tanques/contenedores de ideas, con gran marchamo y mucha estética, así como posmoderna, ¡faltaría más!, bajo el frac, tan clásico por otra parte, británico). Todo es bueno para el convento, incluso la falta de fe, el caso es alimentar un escepticismo reforzador de inercias conservadoras.

En poca medida les resultó útil en las recientes elecciones generales, ya va dicho. De esperar es que les resulte aún menos útil en las que ahora nos están llamando a la puerta.