Terminado el periplo electoral, ha llegado el momento de la verdad: los acuerdos entre los grupos políticos para la formación de los diversos gobiernos. Períodos de tensiones y de presiones. Nada nuevo bajo el sol. El PSN, como cabía esperar, se ha convertido en el epicentro del panorama. Nadie puede negar el triunfo indiscutible de Navarra Suma y su derecho, como primera fuerza política, a intentar llegar a acuerdos con otros partidos, casi exclusivamente con los socialistas. Garantizaría de conseguirlo una gobernación estable de Navarra al disponer de 31 parlamentarios. Las urnas han ratificado esta posibilidad constitucionalista sin ambages.

Pero esto no debe hacernos olvidar que el PSN está en una tesitura desconocida hasta hace poco tiempo. De quedar en tierra de nadie a convertirse en la clave de bóveda de todo el edificio parlamentario. Han quedado segundos, que no es lo mismo que ser terceros, lo que permite pensar a María Chivite que, tal vez, dispone de una oportunidad única de ser presidenta del Gobierno de Navarra, siempre que cuente con los apoyos o las abstenciones necesarios ¿Acaso Pedro Sánchez, por medio de una moción de censura, no alcanzó la presidencia del Gobierno con 84 diputados? No olvidemos que estamos en un régimen de monarquía parlamentaria que permite gobernar a quien tiene la mayoría de escaños en el Parlamento o en los ayuntamientos. Si esto no gusta, lo que hay que hacer es reformar la ley electoral.

Ya han comenzado los llamamientos de un lado y otro para que el PSN actúe en consecuencia. Ante esta difícil situación, que será objeto de críticas cualquiera que sea el resultado final, la única solución que encuentro es la que sus dirigentes -como Chivite o Cerdán- comunicaron hace semanas: que decida la militancia del partido mediante una consulta democrática, tras un proceso limpio y transparente, y la aceptación por todos del resultado. Nadie podría objetar nada a los socialistas navarros. Ellos verán.