Fue un documento sin duda clave, que marco un hito en lo que se refiere a los derechos fundamentales del hombre (que en fechas posteriores incluirían el término de mujer) y, sin duda, el inicio de un nuevo tiempo en la reciente historia moderna. Aquel 26 de agosto de 1789, una Asamblea Nacional Francesa erigida en el nombre soberano del pueblo, proclamó en solemne sesión “los derechos del hombre y ciudadano” donde se exponían en diecisiete artículos los “derechos inalienables y sagrados del hombre” y por supuesto haciendo referencia a la separación de poderes y la igualdad de los ciudadanos ante la ley y la justicia. Todo ello en el marco de una revolución, que poco antes había estallado, por un pueblo ya más que harto de injusticias manifiestas, de los que entonces les gobernaban haciendo oídos sordos a lo que el pueblo les reclamaba. Aquella histórica declaración sin duda sembró las simientes para que posteriores y similares declaraciones de derechos universales tuvieran una base más que sólida a la hora de redactarse, para configuran una sociedad avanzada y sobre todo respetuosa con los derechos propios y los de nuestros semejantes. Dicen que las grandes revoluciones que han sucedido a lo largo de la historia han cambiado, sin duda, el devenir de esta (no sé si para bien o para mal). En aquella concretamente, rodaron después cabezas -unas cuantas, creo- en medio de una vorágine y sed de justicia de los que digo muy hartos. Tal vez necesitemos de nuevo otro 26 de agosto donde rueden de nuevo unas ilustres y modernas cabezas.