El año 1914 el grupo de Juventud Vasca, intelectualmente liderado por Manuel Aznar Zubigaray (cuyo nieto llegaría a ser presidente del Gobierno de España), lanzó una campaña para animar a los vascoparlantes, a fin de que luciesen una insignia que indicara su condición. De esta forma, y especialmente en las grandes ciudades, los desconocidos podían hablar en euskera entre sí.

Esto, para quienes trabajan en puestos de atención al público, es una buena idea, aunque a veces se produzcan confusiones. En una oficina de turismo vi a una empleada que llevaba una pequeña placa en la que, junto a su nombre, figuraban las banderas de España, Cataluña, Reino Unido y Países Bajos, para que el público supiera qué idiomas conocía. Atendió en francés a quienes me precedieron. Por ello creí que una de las enseñas se le había movido. Al llegar mi turno le indiqué que, si bien las banderas francesa y holandesa son parecidas, en el primer caso las franjas azul, blanca y roja se colocan verticalmente, en tanto que en la otra son representadas en horizontal. Ella me respondió con amabilidad que, aunque hablaba francés (como acababa de comprobar), consideraba que su nivel no era lo suficientemente alto y por eso no había incluido la banderita correspondiente. Además de eso, dominaba el holandés. ¡En fin, una joven sobradamente preparada!.

Parece que en las Administraciones Públicas de Navarra, en este tipo de puestos, debería extenderse esa práctica. Es útil y sencilla. Resulta ilógico que el público no tenga ocasión de usar el euskera o que, haciéndolo, obligue al funcionario o dependiente de turno a responder que no lo conoce.