El pasado 24 de diciembre falleció Sagrario Ruiz, compañera feminista y del sindicato STEILAS. Durante las recientes jornadas feministas de Euskal Herria, que se celebraron en Durango en el mes de noviembre, ella acuñó el término ancianizadas, tal como recordó en su despedida Begoña Zabala. En la única ocasión durante los tres días de las jornadas en que no corrimos a hacer cola para poder participar en algún taller o debate (tal fue el éxito de implicación de las asistentes), compartimos un paseo en el que hablamos brevemente sobre este tema. Ella reivindicaba la necesidad de una reflexión, incluso de una ponencia, sobre las ancianizadas.

Nos regaló esta palabra para poder dotarla de un significado compartido basado en nuestras vivencias, y me encantaría haber podido conocer en profundidad su punto de vista sobre el proceso de ancianización de las mujeres. Yo, aunque no tuviera todavía palabras para nombrarlo, sufrí mi primera ancianización en el 2007, cuando tenía 53 años y acepté la liberación en el sindicato. Una compañera me dijo que daba bastante bien el perfil: militante histórica, mujer y euskalduna, era una lástima que no tuviera 10 años menos. El comentario no me frenó, por el contrario, fue un acicate para intentar hacer mi trabajo lo mejor posible, pero todavía lo recuerdo.

La enfermedad hubiera seguido su curso vertiginoso aunque su médico no hubiera ancianizado a Sagrario, achacando su cansancio y falta de energías no a una enfermedad sino exclusivamente a su edad y responsabilizándole por no aceptarla. No se trata de no aceptar la edad que aparece en el DNI, ni las canas o arrugas que ella lucía con orgullo, para mí la ancianización es el intento de imposición social a las mujeres de un imaginario de limitaciones, obligaciones y estereotipos por tener una determinada edad, normalmente haber llegado o superado la edad de jubilación pero, como he comentado antes, puede darse bastante más precozmente. La ancianización es convertirte en un cuerpo no deseable, invisible o caducado y desechable, pero que al mismo tiempo tiene que tener la suficiente energía como para poderse dedicar al cuidado de familiares, tanto de progenitores como de descendientes, en el caso de que los hubiere, o en estos tiempos navideños, por ejemplo, dedicarte a preparar comidas para toda la parentela (por supuesto, las tareas de cuidados son absolutamente necesarias y cada persona debe asumir su cuota de responsabilidad, pero las mujeres mayores no debemos asumir más de la que nos corresponde). También se supone que al llegar a la jubilación las mujeres debemos juntarnos con las amigas a tomar café, hacer yoga, asistir a cursos o al aula de la experiencia o hacer viajes con el INSERSO. Todas estas actividades son estupendas, saludables e interesantes, siempre y cuando sean éstas, y solo éstas, las que deseas realizar. Cuando, por el contrario, decides que lo que te apetece es seguir militando; participar en reuniones, en acciones, en manifestaciones; o coger una mochila y recorrer el mundo sola o en compañía, no todas las miradas, las palabras o los gestos son asertivos, muchas veces te sientes cubierta con el manto de la ancianización.

Afortunadamente, en la militancia feminista no nos sentimos ancianizadas. Nuestras reflexiones y experiencias son escuchadas y tenidas en cuenta, así se lo han demostrado a Sagrario sus compañeras de Emakume Internazionalistak. Las huelgas feministas de los dos últimos años nos han ofrecido la oportunidad de trabajar codo con codo las feministas históricas con las más jóvenes. Esta experiencia de sororidad y de trabajo intergeneracional ha sido muy bien valorada por todas nosotras.

Necesitamos modelos, referentes de mujeres de cualquier edad que no acepten acríticamente los roles o las limitaciones que pretenden imponerles, mujeres que actúan libremente. Sagrario, para mí tú has sido uno de esos referentes. Ha sido un enorme placer el haberte conocido.