estamos en una estación llamada tierra. Hay dos andenes. Uno se llama egoísmo y otro alegría.

Llegarán los dos trenes simultáneamente a sus respectivos andenes. Vienen de distintas direcciones y se dirigen a muy diferentes destinos. La humanidad hace cola para comprar sus billetes. Unas personas montarán en el andén egoísmo y, otras, en el andén alegría.

El tren egoísmo con destino a la destrucción viene a toda velocidad, sus pasajeros se afanan por subir a él. Tiene mucha prisa porque no soporta el dolor que arrastra en sus vagones. Quieren acabar ya. No lo soportan.

El tren alegría con destino al amor viene tranquilo, traqueteando mansamente. Sus ocupantes no tienen prisa en llegar a su sublime destino, pues están a gusto, disfrutando del trayecto. Charlan, cuentan batallitas, cuentan que casi, en un despiste se suben al otro tren pero que, en un momento de lucidez, fueron capaces de canjear el billete. Cantan, juegan, colaboran, se ensimisman de vez en cuando recordando de dónde vienen y a dónde, por fin, se dirigen directamente. A pesar de que su destino es un escenario de gozo, no corren. Ya están empezando a saborear las mieles que les esperan en ese mundo anhelado. Van haciendo recuento de sus múltiples derrotas. Se cuentan y recuentan las cicatrices del cuerpo y del alma y sacan cuentas a ver si serán suficientes para que, cuando llegue el revisor, les deje llegar a la última estación.

En el tren egoísmo se hacen trampas para ocupar mejores asientos. No se dan cuenta, sencillamente, no se dan cuenta, de cuántas veces han violado a la naturaleza. Todavía siguen creyendo que la naturaleza está a su servicio y la toman de múltiples maneras para satisfacer caprichos que nunca implican satisfacción. No se dan cuenta de que depredan, destruyen, no valoran lo que la vida les ofrece para tomar lo necesario. No hace falta más. Todo el exceso se pudre antes de llevarlo al banco.

En el vagón vip del tren egoísmo, están borrachos de velocidad? quieren más y más y más y van a toda mecha a su última estación. Una lúgubre y triste estación donde seguirán sospechando unos de otros. Agarrando con fuerza la maleta para que nadie se la quite.

No se dan cuenta, no son conscientes de que vuelven a empezar. Comienza una nueva partida. Qué cansancio volver a luchar.

En el vagón alegría, en los ratos de soledad, cuando la algarabía se calma y da espacio a la evocación, las personas tienen la oportunidad de hacer repaso. Se sonrojan al recordar algunos de sus errores. Y sienten profunda satisfacción por cada vez que han renunciado a sí mismos en beneficio de los demás. La mayoría no son perfectos, pero saben que con ilusión y entusiasmo lo serán. Tampoco les importa demasiado la perfección, se sienten contentos con saber que tienen buena pasta, y que con ella pueden crear belleza a su paso.

En ambos trenes hay gente con cara de sorpresa. Se preguntan, ¿por qué estoy yo aquí si se suponía que yo tendría que ir en el otro?

Y la respuesta es que no se trata de lo que creas de ti mismo, sino de lo que seas de verdad. Mira tus actos, mira lo que atraes a tu vida, mira lo que creas a tu alrededor.

Los dos trenes llegarán a la vez. Exactamente a la misma hora. Unas personas lo vivirán como una tragedia y otras como una liberación. Es momento de elegir. Hasta menos cinco están las taquillas abiertas. Elige la que quieras. Moneda de pago: actitudes.

Inspirado en la cima del monte Beriáin el domingo 26 de enero de 2020