estamos en un momento histórico en el cual prevalece lo economicista, la rentabilidad, el cambio constante entendido como la compra incesante que vuelve obsoleto lo último adquirido casi al instante. Se crean modas continuamente, se nos satura de imágenes que van circulando en un sinfín en nuestros teléfonos móviles, convertidos ya en ordenadores manuales. Cualquier comentario, texto, foto, vídeo? que se comparte en cualquier red social, está sometido de inmediato al "me gusta". Hay un afán inmenso, casi enfermizo, por agradar y este se da desde la positividad del celofán. No nos permitimos compartir sentimientos profundos, la intimidad herida conmociona y ésta suele llevar a remover nuestro interior, a cuestionarnos posicionamientos, a movernos de sitio y esto incomoda porque nos da un trabajo y una reflexión que no queremos asumir.

Byung-Chul Han señala como "el consumo voraz de imágenes hace imposible cerrar los ojos", estamos inmersos en la comunicación acelerada, en la instantaneidad de la respuesta. Nos hemos acostumbrado a abrir ventanas y más ventanas en este mundo virtual donde todo se nos muestra como atractivo e interesante. Todo tiene sus métodos de marketing y venta para atraer nuestra atención. Nos atrapan en una inmensidad inabarcable donde el tiempo pasa sin enterarnos, absortos en una nueva ventana que acabamos de descubrir y que no podemos dejar de verla. ¿A qué nos lleva todo esto? Quizás a la falta de vivir y aprender desde la experiencia, desde la profundización del tema, desde la observación pausada, desde la contemplación parada no acelerada. No podemos cerrar los ojos y eso nos impide hacer balance, reflexionar sobre lo visto y asimilar lo seleccionado.

¿Y en el arte actual, qué consecuencias acarrea este consumismo voraz de imágenes? Nos dice también Han "que en el régimen estético actual, (..), se producen muchos estímulos. Justo en esta marea de estímulos y excitaciones es donde lo bello desaparece. Dicha marea no permite ninguna distancia contemplativa hacia el objeto, entregándolo al consumo". El consumo no puede permitir la duración porque todo tiene que caducar rápido para que se vuelva a comprar; no permite tampoco la firmeza porque lo firme dura y en cambio lo efímero caduca; no deja tiempo a la constancia porque eso supone dedicación y detenerse para poder elaborar con calma y carácter. El consumo es amigo de la aceleración, de la rapidez y de la evanescencia.

Con estas premisas el/la artista que entre en las redes del consumo y se alinee con él usando sus reglas de funcionamiento, lo que nos ofrece es un arte efímero; efectista para llamar la atención; grandilocuente y fuera de escala, por lo tanto deshumanizado, para llenar los grandes espacios; propuestas amorfas que carecen de carácter, donde se exalta lo feo, el escombro, el amontonamiento rápido; o nos ofrece lo muy pulido elaborado por la última máquina robotizada de impresión 3D. Arte sorprendente, fugaz, líquido y cambiante que solo permite una visión, una contemplación antes de su brutal caducidad. Frente a esto, empieza a abrirse paso una actitud diferente y diferenciada: arte hecho a escala humana para el disfrute en la intimidad, para la contemplación permanente, el gozo de lo bello, de lo sólido, de lo hecho a mano.

La belleza como alternativa contestataria frente al consumismo bestial que nos aboca a la catástrofe y a la frivolización de la sociedad. Lo bello nos invita a la contemplación y esta nos demora, nos retiene, nos quita la ansiedad y es un tiempo ganado para uno/a mismo/a, un tiempo de no consumo. La manifestación de la verdad es la belleza, lo bello no es un "me gusta" pasajero si no es la verdad vinculante, lo consistente y duradero. Como decía Borges "hay eternidad en la belleza". Hoy en día la resistencia ecológica revolucionaria está en el valor de lo durable, Han lo expresa muy bien "lo bello no es un brillo momentáneo, sino seguir alumbrando en silencio".