La nata es la flor de la leche. La leche es el raudal que nos alimenta de niños de la teta de la madre y de mayores de las tetas de las vacas, de las ovejas o de las tetas de las cabras. Elixir natural. Pues a esas madres, que se han hecho abuelas, y a sus compañeros de fatigas, trabajos, sudores y dolores es a quien nos está robando ese más que maldito coronavirus. Asesino en serie de nuestros mayores, de los que han hecho que seamos ahora lo que somos y tengamos lo que tenemos. Pero para algunos ricos del norte de Europa, como resulta que en Italia y España, y supongo Grecia y Portugal, tenemos otra cultura por la cual malgastamos el dinero en nuestros queridos abuelos, no se creen obligados a compartir con nosotros los gastos de evitar que nuestros mayores sufran y se marchen para siempre, encima sin poder despedirnos de ellos. La flor y nata de nuestra vida, ya con arrugas y achaques, se nos está yendo sola, en silencio y con el dolor añadido de no dar el último beso y caricia. Se nos marcha la ternura, resignada, con ojos bajos, con los labios secos, sin los besos de los suyos. Esto no se nos olvidará jamás. Será el gran saco de tierra muerto que siempre llevaremos en nuestro pobre corazón astillado. Los hombres tenemos la mala costumbre de echarle siempre la culpa a alguien de nuestras propias desgracias. Y esta vez no sabemos de quién es la culpa. Dura lección.