uando tienes un problema grave en tu vida, o si barruntas que una seria amenaza se avecina por tu horizonte existencial, no es bueno quedarte quieto, has de tratar de afrontarlo cuanto antes y del modo más eficaz posible, siempre dentro de un contexto ético y social.

A mediados de marzo, la dirección de la residencia geriátrica San Jerónimo de Estella-Lizarra se encontró con una situación de este tipo, igual que muchos otros centros de características similares asentados en Navarra y en España: se empezaba ya a sufrir el azote del COVID-19 en su versión más macabra, con cuadros clínicos graves que con frecuencia terminaban en la muerte de muchos ancianos residentes.

Ignoro quién fue el genio que concibió la idea, no conozco al director ni a ningún trabajador o residente de ese centro. Pero alguien tuvo un chispazo que ha resultado genial. Una medida muy simple en su lógica causal pero muy complicada de llevar a la práctica sin dejar jirones por el camino, porque las relaciones humanas tan permanentes y de tanta cercanía generan casi siempre conflictos interpersonales.

El objetivo, nítido e irrenunciable, era minimizar los contagios y evitar en lo posible la mortalidad por coronavirus en el centro.

El método: un confinamiento completo, absoluto, afectando a todos los residentes (62, creo recordar) y también a todos los trabajadores (ellos y ellas, 15 en total). Todos juntos encerrados 24 horas cada día, aislados en el interior del centro cada mañana, tarde y noche. Una idea novedosa, rompedora, pero también muy difícil de adoptar y de llevar a buen término.

No basta con concebir la idea, hay que sacarla a la luz, desarrollarla, analizar todas sus posibles aristas y consecuencias, madurarla. Luego debes tener la personalidad necesaria para presentarla al personal laboral y residente del centro, y la capacidad de liderazgo y persuasión para formar un grupo sin fisuras. Finalmente, afrontarla con convicción y llevarla a término, con sus más que probables dificultades, derivadas de un aislamiento radical de77 personas, ancianos residentes, personal sanitario y no sanitario; los trabajadores, hombres y mujeres acostumbrados hasta entonces a cumplir su horario laboral y regresar luego a sus casas, con sus familias, incluso hijos menores de edad.

Y perseverar, días, semanas, quizá meses€ Se va a cumplir ya un mes desde el inicio (23 de marzo) de este confinamiento voluntario del personal dentro de la residencia geriátrica San Jerónimo.

Los resultados vienen siendo verdaderamente alentadores. Desde entonces, nadie ha enfermado por COVID-19 en la residencia San Jerónimo. Y esto constituye un colosal impulso para perseverar hasta que se consigan resultados más definitivos, hasta el triunfo total.

Deseo desde aquí elogiar la actuación del director, David Cabrero, a quien felicito por la idea, el planteamiento, la puesta en marcha y los resultados obtenidos. Solamente el retraso conseguido frente a la avalancha de casos graves en la mayoría de residencias geriátricas del país, la eficaz barrera interpuesta frente a la pandemia, es ya un éxito de máxima importancia, porque lo peor ya está pasando y es evidente que cada vez aprendemos y seguiremos aprendiendo más sobre este virus del siglo XXI y podremos combatirlo más eficazmente a partir de un futuro inmediato.

Intuyo que otras muchas personas tuvieron que ver con estos hechos. En realidad, todos los actores y actrices de esta obra, de su planteamiento, pero también de su realización y de su éxito. Es decir, las 77 personas que continúan allí recluidas, todas ellas son muy merecedoras de mi admiración y de mi aplauso. Pensaré mucho en ellos durante mis sesiones de aplausos de esta semana y tengo pensado visitar algún día esa residencia cuando la pandemia lo permita, cuando esta pesadilla haya remitido.

El objetivo, nítido e irrenunciable, era minimizar los contagios y evitar en lo posible la mortalidad por coronavirus en el centro

Pensaré en ellos durante mis aplausos de esta semana y tengo pensado visitar algún día esa residencia cuando la pandemia lo permita