“Nadie que hubiera paseado por la calle Paxton en septiembre de 1940 pensaría que se estaba en guerra…”. Este es el comienzo de la novela con la que emprendí mi relación más estrecha con la lectura. Se trata de Charcos en el camino, del inglés Alan Parker, escritor y director de cine, fallecido recientemente. Con once años, la prosa de Parker me sumergió en las aventuras y acontecimientos vividos por una familia londinense evacuada durante la Segunda Guerra Mundial. Al mismo tiempo, el devenir de los hechos y su desenlace fueron sembrando en mí la rica y provechosa semilla de la lectura. Posteriormente esa semilla germinó y de ella nació una planta de enriquecedor fruto: el gusto por leer, gracias a la aportación de otros autores y obras. Al recibir la triste noticia del deceso de Alan Parker, aprovecho la circunstancia para agradecer y rendir mi personal homenaje al escritor desaparecido por su contribución y a mi tía Soco, que tuvo la ocurrencia de regalarme aquel libro en las Navidades del 82. La lectura es, quizá, la actividad que más beneficio reporta al ser humano en su proceso de realización como persona. Consecuentemente ni la familia ni la escuela, como principales agentes educadores, deben escatimar esfuerzos y recursos en sembrar esa semilla en los niños que tanto bien va a reportar individual y colectivamente. Nunca ha sido fácil el cultivo de esa planta. Hoy tampoco lo es; el poder de la imagen ha desplazado en notable medida a la palabra escrita. No obstante, cualquier iniciativa en esa dirección merecerá la pena.