Me llega la noticia: una monstruosa explosión en Beirut con muchos muertos que serán muchos más, y muchísimos heridos.Primer pensamiento: ¿a quién conozco en Líbano? A un señor y una señora con quienes tuve una agradable conversación en un avión. Intensa pero no me sirve. Me repito, ¿a quién conozco en Líbano? A dos alumnas de un curso de grupos que hice en Túnez. Y además ¡sabían castellano! Sí, yo necesito conocer a alguien en un país para que la tragedia me diga algo. Necesito tener un amigo en cada país del mundo para que la tragedia o el triunfo sea mío también. Poco después entiendo porqué esas dos mujeres sí me sirven. Busco en mi wasap el nombre del director del curso y le escribo: "estoy pensando en las dos alumnas de Líbano, ¿sabes algo de ellas? Tenme al corriente". Puedo preguntar por alguien concreto, preocuparme por alguien concreto. No es un país remoto con gentes diferentes, puedo escapar al estereotipo de las nacionalidades y sus altas fronteras. Le está pasando a alguien cercano a mí. Me está pasando también a mí. Siempre pensé que necesitaba tener un amigo en cada país del mundo. Veo en las noticias. Un libanés fuerte y tierno: "necesitamos que todos recéis por nosotros". Estoy rezando por ti cuando escribo esto. Estoy dándote el abrazo que nos pedías. Pero algo me tiene incómodo. ¿Tiene que pasar esto para que me sensibilice con un pueblo que ya sé sufriente? Las alumnas me lo dijeron: "ahora no puedes ir a Líbano, todo está muy mal". Y sentí la silenciosa pesadumbre que siguió. A veces los silencios hablan más. Y olvidé Líbano hasta hoy. Creo que me perdono este olvido: hay demasiado sufrimiento en el mundo para que yo pueda vivirlo todo y a la vez disfrutar de los brillantes colores de la vida. Ahora es Beirut. Pero hay algo que me preocupa: sé que cuando se cuentan los miles de heridos no se incluyen las heridas emocionales que se han creado: los duelos familiares, la desconfianza en los demás humanos, la sensación de futilidad e intrascendecia de la vida, la absoluta fragilidad del ser humano sin casa, sin familia, sin nada. Y las de los profesionales que los atiendan, la traumatización vicaria de quienes atienden a los que han quedado con las escenas repetidas del estrés postraumático. Ahora que justo estamos saliendo, o no, de una pandemia que ha matado a tanta gente y ha herido emocionalmente a mucho sanitario, en silencio a veces. Y ahora Beirut. En este momento entiendo por qué he puesto ese título. Justo ahora entiendo por qué ya no me cabe mucho más sin que acabe de nublarme la alegría de vivir. Cuidémonos para cuidar. No nos cabe todo a los que trabajamos con el sufrimiento.