Los servicios secretos constituyen jaurías que crean los estados para asegurarse la impunidad de sus actuaciones ilegales y defenderse de los riesgos que provienen del exterior. Pero existe el peligro de morder la mano que les alimenta y pueden constituir un peligro para la estabilidad del Estado al que sirven. Sería imposible detallar, sin embargo, los errores que cometen, pues la sensación de inmunidad les convierte en aparatos torpes que provocan crisis sin solución abriéndose juicios en los que salen a la luz secretos que se negaban. Son los riesgos cuando no se han depurado las cloacas heredadas del franquismo y se amnistían delitos que impiden la paz: el monstruo que devora a sus hijos. Pero aún son más tenebrosas las mafias policiales que se crean contraviniendo toda norma legal y que se dedican a "solucionar" asuntos que no la tienen. Y no sólo es la actuación en la lucha contra el así llamado terrorismo que ha debilitado la imagen de la democracia española en el extranjero. Se trata de la historia del comisario Villarejo que se ha convertido en una bomba de relojería a juzgar por lo hasta ahora ha vomitado y de lo que aun anuncia que tiene en cartera. Le han tenido que encarcelar para que cese de filtrar información de alto voltaje, pero aun desde la prisión tiene el ventilador en marcha y ya ha provocado la abdicación del rey emérito y publicado todas sus aventuras de dinero y faldas que han puesto en peligro incluso la monarquía y ha creado la sensación de que el gobierno PSOE-Podemos no sabe cómo apagar tantos incendios, salvo agobiar a la ciudadanía aterrorizándola con la información truculenta del covid-19. Ahora lo que se quiera activar para salir del abismo es simplemente escupir al cielo. Habría que esperar que Podemos se desembarace del abrazo del oso de Sánchez y evite los riesgos ciertos que se ciernen sobre los responsables. Incluso Villarejo ya ha vinculado a Iglesias en sus relatos envenenados.