Sumidos hasta el corvejón en tan hediondo panorama, hay motivos para pensar que no corren buenos tiempos para hacer amigos, y firmamos no perder demasiados en época de distanciamiento social, con los bares de copas de brazos caídos y las reuniones familiares limitadas en número por decreto. Y no nos engañemos pensando que pueden hacerse amigos por las redes sociales. Llámenme aguafiestas, pero entiendo que no son eso ni amigos ni nada que se le aproxime. Al mismo tiempo, sí se me ocurre que es un buen momento para hacerlos amigos de cuatro patas, por más señas.

En efecto, hablo de adoptar a un perrete o a un minino ?con espacio, hasta caballos o burros se muestran encantados de encontrar familia definitiva? entre los que esperan en el refugio más próximo, con sus hocicos húmedos pegados a la verja cada vez que advierten la presencia de un nuevo grupo de visitantes. Como quiera que apenas se les ve ya errando por calles y arrabales, al modo de antaño (¡Dios, qué imagen tan horrible!), preferimos suponer que el fenómeno quedó atenuado en gran medida gracias a las campañas de las sociedades protectoras. Nada de eso. Por desgracia, el criminal abandono de un amigo (de cualquiera, en realidad, pero nos centramos aquí en los cuadrúpedos) sigue mostrándose como una realidad punzante, y debiera ser capaz por sí misma de avergonzar a toda una especie. Mas tengo razonables dudas al respecto Hoy, la imagen del tipo que abre la puerta del coche en un paraje solitario, deja al Rufo de turno ?desconcertado pero alegre por un paseo no esperado? y acelera, pertenece un poco al pasado, y en todo caso a un segmento residual de la estadística. Pero el acto canalla continúa, sin un significativo descenso en el número de víctimas inocentes. Porque, atendiendo a las frías cifras, el escenario se nos presenta como mínimo vergonzante.

Acaso pecamos de ingenuos quienes nos las prometíamos felices allá por los pasados años ochenta, repartiendo por doquier el famoso cartel que rezaba Él nunca lo haría, protagonizado por un perrazo que con la mirada nos pedía explicaciones en medio de una carretera yerma. La campaña fue un éxito, ya lo creo. Pero ni en la más pesimista de las hipótesis creímos que a estas alturas el abandono de facto contaría con cierta aquiescencia administrativa (bien es cierto que en diferentes grados, según lugares y circunstancias). Porque hoy el perpetrador no necesita arriesgarse a que le multen por dejar al chucho en medio de la nada ?por el hecho en sí; ¡ojalá!?, o quizá por mera "obstaculización del tráfico rodado", vaya usted a saber, pues vivimos en permanente riesgo de toparnos con uno de los agentes tontos del cuerpo, y doy fe que los hay a granel. A lo que vamos Hoy se abandona a la puerta del refugio municipal, sin que por lo general se soliciten elementales explicaciones sobre por qué le haces eso a tu perro o a tu gato; sin que nadie te recuerde la realidad: que aquello es un albergue para animales sin familia, y que Rufo tiene ya una: tú mismo.

De actuar con una mínima diligencia moral, el funcionario de turno comunicaría esto al criminal en ciernes, siempre tras haber recabado su filiación completa, por interponer de inmediato la correspondiente denuncia: "Incumplimiento del artículo equis del Código Penal en grado de tentativa", o algo así. Es lo que tendría que hacer todo funcionario sin que le temblase el pulso, y aun con el pecho henchido de orgullo por el deber cumplido. Y todo lo anterior para acabar con un sencillo ruego: adopten un animal abandonado, por favor. Póngale el nombre más cursi que se les ocurra, pues a él poco o nada le importará. Como nada debe importar al adoptante que sea rabón o rabudo, de orejas gachas o enhiestas, con cinturita o de perfil rechoncho. Porque son ellos amigos para siempre, y aprecian el paraíso terrenal en una camita sencilla, en nuestro olor corporal ?no debiera esto eximirnos del preceptivo aseo personal diario, entiéndanme?, en una palmadita sin venir a cuento, en un entorno donde reine el afecto y las miradas cómplices. Sin olvidar la necesaria ingesta cotidiana, obviamente. (Casi) siempre pensé que quien no sabe mirar a/en los ojos de un perro se muestra un poco menos humano, y albergo la esperanza de seguir en dicha creencia para los restos. Reflexiones poéticas aparte, quédense con lo mollar: adopten un animal abandonado, por favor. Siempre es buen momento para hacer amigos y acaso este algo mejor.