Nunca he entendido por qué, cuando llueve, dicen que hace mal tiempo. Cuando es todo lo contrario; salvo que una torrentera se lleve por delante todo lo que pilla; aunque, al final, el agua lo único que quiere es recuperar su terreno. A la fuente de la vida le llaman mal tiempo. La pobre no hace más que lo que puede: evaporarse para hacerse nube y después derramarla sobre la tierra de las plantas y animales que alberga y suspira por una gota. A esto le llaman mal tiempo. Eso sí, cuando no llueve, sacan a la calle y adoran a vírgenes, santos y dioses. Mal tiempo es cuando la tierra quebrada por la sequía, por la falta de agua, ahoga la vida de trigales, azucenas, violetas, amapolas y malvas, que nacen en los ribazos y en los campos marrones. Sin hablar de frutales, hortalizas, almendros y olivares. Peor es cuando en las procesiones rezan y cantan exigiendo a la virgen y a los santos, a los dioses y a los demonios, agua del cielo, amenazándolos con tirarlos al río si no llueve. Hay que echarle la culpa alguien, mejor al gobierno. Nunca a nosotros, que estamos llenando de mierda el cielo y el mar.