Un conocido expolítico navarro que se constituyó en conciencia de diputados y senadores perversos se vio obligado a dimitir por causa de un rocambolesco asunto detectivesco en el que fue ingenuamente cazado, nos deleita de vez en cuando con alguna perla literaria que relata con elegante y rebuscada prosa y se atribuye el derecho a otorgar premios o castigos, para descubrir la casquería en la política actual, pero no cita la que existía en los partidos a los que perteneció como diputado y senador. Ahora publica en una carta al director las relaciones de alcoba del juez Garzón y la actual fiscal general, Lola Delgado, que parecería que ha contratado los valiosos servicios del superpolicía Villarejo para rebuscar en las cloacas basura contra el gobierno de coalición actual en apoyo de su antiguo patrón, el PP, campeón de la corrupción. A la ciudadanía le hubiera gustado ver publicada la carta citada para denunciar a Garzón cuando nuestro héroe se daba baños de multitud en la tribuna del Congreso o en el Senado; mientras, el juez Garzón desde la Audiencia Nacional tramitaba hierático sentencias contra presos políticos vascos que pasaban a declarar ante él molidos a palos en las comisarías y cuartelillos y eran incriminados de falsedad por denunciar torturas, pues las rechazaba de raíz ya que, argumentaba, lo prohíbe la Constitución. Hubiera cumplido con su deber investigando y denunciado que el juez Campeador ordenó la grabación de las conversaciones de los presos políticos con sus abogados. Sería una prueba de su sentido de la justicia lo que ahora hace público sobre la venganza de don Baltasar contra Felipe González que publicó todo el montaje del GAL porque no le hizo ministro. Debería descubrir sus apaños con banqueros y que fue expulsado de la carrera judicial. "En vida, hermano, en vida€", debería leer a Ana Maria Rabatté. No es lo mismo denunciar cuando no hay riesgo y se busca protagonismo.