uede parecer extemporáneo abogar, en pleno crecimiento de la pandemia, por reducir medidas restrictivas de la movilidad de ciertos colectivos. Pero lo hago plenamente convencido de lo procedente de mi propósito. Me refiero al confinamiento general de los asilados en las residencias para mayores.

Lejos de mi intención cualquier intento de hacer política a costa de la pandemia. Me parece algo de lo más mezquino. Sólo me mueve el deseo de aliviar la terrible situación de muchos residentes de geriátricos, y más concretamente de un familiar cercano inquilino de la Casa de Misericordia de Pamplona. Creo que se está actuando bajo el influjo del miedo y no de la razón. El miedo suele obnubilar la razón, y lleva frecuentemente a decisiones erróneas.

He escuchado con profusión estos días las declaraciones de responsables de la medida con el supremo argumento de que el mayor ataque de la pandemia a los centros geriátricos coincidió con el aumento de visitas a los residentes. Bien, supriman o limiten las visitas; pero no las salidas, porque no es lo mismo. Uno que entra puede transmitir el virus a todas las zonas del edificio por las que circule. El que sale solo puede, quizás, infectarse él, y luego, según las condiciones de vida del centro, transmitirlo a otros.

Y si el que sale ha desarrollado inmunidad por haber sufrido la enfermedad, como ocurre con una gran cantidad de los residentes de la Misericordia, ¿que probabilidad tiene de contagiarse en sus visitas al exterior?

Cierto que hay mucho desconocimiento sobre el comportamiento del virus, de la duración de la inmunidad y de otros aspectos; pero no es menos cierto que se tienen datos que muestran que los casos de reinfectación son extraordinariamente raros, y respecto a la duración de la inmunidad, para eso están los tests. Por ello, y partiendo de que el riesgo cero no existe ni en el total confinamiento, cualquiera que haya manejado mínimamente la ciencia estadística sabe que la probabilidad de que se den simultáneamente dos sucesos raros como son, por un lado, el que un residente con inmunidad se contagie en sus salidas y, por otro, el de que transmita la infección a otros residentes que ya han generado inmunidad, tiende a cero, y no justifica una medida extrema que le causa un enorme sufrimiento. Eso es lo que dice la razón.

Parece que los conceptos de libertad y seguridad fueran totalmente antagónicos, cuando no siempre los son. Por supuesto, nadie tiene derecho a poner en peligro a los demás; pero los riesgos que esté dispuesto a correr uno mismo son una opción personal, sobre todo si son mínimos. ¿Tan difícil es organizar las residencias, al menos las de cierto tamaño, en grupos totalmente separados con las personas de bajo riesgo o que no tienen miedo a correrlo por un lado, y los que prefieren la seguridad del confinamiento por otro? ¿ Han contado con la opinión de los residentes, o son éstos ciudadanos de segunda cuya opinión no cuenta? Si les escucharan quizás se enterarían de que la mayoría de ellos no tiene tanto miedo a morir como a llevar una vida que no merezca la pena vivir.

Para terminar, ¿es legal una medida que impide a ciertas personas el ejercicio de derechos fundamentales como salir del propio domicilio -las residencias son el domicilio legal de sus usuarios- con la justificación del supuesto beneficio que proporciona a aquellos a los que va destinada, sin mediar un estado de alarma? Como no soy jurista no tengo la respuesta; pero no me sorprendería que ésta fuera negativa.

Lejos de mi intención cualquier intento de hacer política a costa de la pandemia, me parece algo de lo más mezquino

Nadie tiene derecho a poner en peligro a los demás; pero los riesgos que esté dispuesto a correr uno mismo son una opción personal