arece que la circunstancia presente define la realidad que se aproxima al concepto de tangibilidad, que asimismo se desprende del sentido común y de todo aquello que puede definirse como evidente. Así, la realidad que nos demanda atención, preocupación, solvencia, trabajo, mera supervivencia derivada del hecho orgánico per sé, tiene connotaciones de plaga aniquilante porque son reales los muertos, los contagiados, y es real el miedo y más real si cabe la frustración. Si Darwin tenía razón, la sobrevivencia del más fuerte, el hecho mismo contrastado y creíble de esa posición debiera tranquilizarnos. ¿O no? Acontece que los virus, cualquiera que sea el nombre que se dé a cada cepa, son anteriores a la presencia del hombre. Por tanto son más fuertes y resistentes que nosotros y más longevos. En la misma Antártida tenemos cientos de virus en animación suspendida esperando a que se derrita el hielo. Y se va a derretir sin remisión. El virus es un durmiente autónomo que, al despertarse, busca un hospedaje cómodo y fértil. Ese hospedero puede ser el hombre o cualquiera de las formas de vida conocidas. La brutal concentración de seres humanos en ciudades, que además son entes aglomerados y redundantes, ha facilitado que ese caminante se aloje en nuestro organismo con toda la virulencia de que es capaz. Ocurre también que la realidad -concatenación inminente de hechos-, exige a esos mismos seres humanos un grado de reflexión que debiera ser compatible con la inercia inexcusable de seguir viviendo. Las personas somos también virus letales en lo referente a nuestros modos de vida, ambiciones y medios para la consecución de esas ambiciones. Creamos guerras donde se mata con impunidad. Una y otra vez. Siempre. Incomprensiblemente siempre. Talamos bosques sin ninguna legitimidad, emporcamos los ríos y mares, y algo llamado bienestar opera como patente de corso para toda clase de desmanes. Pero, ¿qué cabe en esa tozuda realidad? Cabe también la afirmación que niega. La inminencia también contiene eternidad. Aquello que percibimos en el tiempo medible proviene del tiempo inmedible, de aquella realidad que no tiene principio ni fin, y es esta realidad completa y compleja la que posee la única legitimidad para la vida, y es aquella que obedece a designios y comportamientos naturales que no hieren ni hoyan la paz espiritual de los ecosistemas y en ellos, y sólo en ellos, la vida humana. Reclamo esta vida y si llega, como ha llegado, un virus pandémico y letal tiene relación directa con nuestra condición pandémica, suicida y letal. Es lo que creo.