esde que se inició la pandemia, el miedo me pareció una emoción clave. De su comprensión y manejo dependen vidas. Todo empezó con el superventas de papel higiénico€

No hace mucho escribí mi posición en un envío a los medios: seamos conscientes del miedo pues "el miedo guarda la viña". No tardé mucho tiempo en ver otras posiciones. Un colega que adoptaba una posición opuesta: no hay que tener miedo, vamos a salir, etcétera.

Esa misma posición la he vuelto a ver: "los medios de comunicación están aterrorizando, están levantando el miedo, por ello la gente no viene a comprar". Mi análisis de la prensa ha sido exactamente el opuesto. Sentí que desde el principio los medios secuestraban la dura realidad de la muerte, la que estaban viviendo los sanitarios, etcétera. Los muertos eran y están siendo meros números en un partidillo de "a ver a quién le meten menos goles" entre políticos, comunidades y países.

En su momento compartí con amigos que yo tenía miedo. Algunos decían que no lo tenían, o lo reducían a la reflexión numérica de las escasas posibilidades estadísticas que tenemos. Añadían las posibilidades estadísticas que tenemos por morir de otra cosa, de gripe simplemente. Otros no decían nada pero negaban con su conducta la presencia de miedo. Como no soy de natural miedoso, concebí que podríamos estar hablando de diferentes tipos de miedo.

Puedo concebir un miedo muy consciente, corporal, que tiembla ante la posibilidad de contagio. El de quien, aún sabiendo que la pasarela aérea es segura, no la cruza. Casi una angustia o un pánico que te hace sufrir y no disfrutar el día a día. No es ése mi tipo de miedo.

Mi miedo es diferente. Soy persona en riesgo, al menos por edad. ¿Cuánto valen la posible buena colección de añitos más que me quedan? Con qué gestos casi triviales (mascarillas, etcétera) me juego ¡lo más precioso que tengo! ¿Cómo puede ser posible que muchas personas no los sigan? ¡No puedo imaginar una inversión mejor! Aunque esas medidas solo cambien en un 0,1% mi riesgo de muerte, ¡son las que yo puedo manejar!

Me quedan pocas respuestas a esa pregunta. Una: que esas personas no valoran la vida como yo. No lo creo. Otra: que estemos hablando de dos tipos de miedo y que ellos solo digan que no tienen el miedo-pánico y no vean ningún otro. O no lo quieran ver, o no lo puedan ver. Siempre me fascinó comprobar cómo el sentimiento de miedo se camufla y mimetiza de muchas formas para pasar desapercibido. Son los que ven la pasarela, saben que es un fuerte riesgo el que corren, y la pasan. ¿No tienen miedo? O lo tienen y disfrutan de superarlo y de decirse que no lo tienen.

Volvamos a mi profesión de psicoterapeuta. Si tengo una posición en ella, es la de ayudar a concienciar y afrontar los sentimientos. Acompañar en ese descubrimiento: la rabia, el odio, la profunda tristeza, el miedo, etcétera. Implica una gran confianza en los recursos personales de quien va a abordarlos.

En otras formas de abordar el malestar emocional, se centra en lo positivo, los recursos y se deja a un lado el miedo, la tristeza, etcétera. ¿Por no confiar en los recursos del otro? ¿Por prudencia? Me evoca aquel viejo dilema acerca de ocultar la información de la enfermedad grava al propio interesado.

Volvamos al bicho. ¿Qué recomendamos como profesionales psicólogo, psiquiatras y psicoterapeutas a nivel colectivo? ¿Entramos en las cuevas de los miedos, o nos centramos en los puntos fuertes y lo positivo? Creo que la respuesta va a depender de la confianza que tengamos en los recursos emocionales de la gente. ¿Van a entrar en posturas de pánico?

Para entrar en pánico, mejor no desvelar. Lo que ocurre es que los tontos no existen. Las personas con una muerte próxima lo saben, aunque no se lo digan. Todos sabemos que nuestro riesgo de muerte ha aumentado un poquito.

A lo mejor, si no nos engañamos despreciando las medidas de protección para demostrar que no tenemos miedo, a lo mejor disminuye el riesgo para todos.

El autor es psiquiatra