a llevamos algo más de un mes yendo al cole. Tenía muchas ganas de volver, sí. Quería ver a mis amigos, jugar, reír, perseguirnos, quedarnos a merendar y jugar en el patio por las tardes. Hacer como cuando antes del coronavirus, vivir como vivíamos antes.

Antes del confinamiento casi todo el tiempo que no estaba en el colegio lo pasaba con mis abuelos Tina y Eduardo. Ellos se ocupaban de mí, me acompañaban al colegio, pasaba con ellos las tardes€ y todo iba bien, muy bien. Cuando se cerraron los colegios dejé de verles porque dijeron que así los protegíamos. Mi madre siguió con su trabajo en el supermercado y, aunque le veía más que antes, muchas veces no estaba en casa. Y mi padre, con el teletrabajo, estaba en casa pero como si no estuviera porque no podía molestarle. Él estaba casi todo el tiempo pegado al ordenador. Así que se me ha hecho muy largo y aburrido. He echado mucho de menos a mis abuelos y a mis amigos. Quizá si hubiera tenido algún hermano todo habría sido distinto, pero así, solo, se me ha hecho muy pesado. A veces incluso comía por buscar un entretenimiento y ahora dice la pediatra que tengo sobrepeso, que tengo que cuidar la alimentación y hacer ejercicio.

Ha sido una alegría volver al colegio, aunque sea con estas mascarillas, estas filas para entrar a clase y estos geles de manos que nos damos a todas horas. Hay poco tiempo para jugar de verdad y las tardes ya no son lo que eran, pero por lo menos hay cosas que he recuperado, como a mis amigos y a mis abuelos, con los que sigo pasando las tardes, siempre con mascarilla.

Y me está pasando algo curioso: con la gente que ya conocía de antes no me pasa, pero con los nuevos (nuevos compañeros o nuevas profesoras) me pasa algo muy raro. Me he acostumbrado a que su cara no tiene más que ojos. Y mi imaginación ha continuado sus rostros de una manera. Cuando se quitan la mascarilla para almorzar ¡me da un soponcio! No se parecen en nada a como los había imaginado. Es una sensación muy extraña. Casi hasta me molestan sus rasgos de verdad. Me recuerda a la sensación que alguna vez he tenido cuando he visto más partes del cuerpo de alguien que las que se ven habitualmente. Me explico: una vez entré en el baño y en ese momento salía mi abuelo de la ducha y le vi desnudo por primera vez. Fue una sensación extraña y, que no se enfade, pero no me gustó verle así. Lo mismo me pasó el día en que entré en la habitación de mi abuela y ella se estaba vistiendo. No me la imaginaba así. Fueron dos visiones extrañas y, reconozco, para mí, desagradables, no porque sus cuerpos fueran feos ni nada por el estilo, sino porque repentinamente se me presentaba a la vista más de lo que quería ver. Pues ahora lo mismo me está pasando con las caras de las personas que estoy conociendo con la cara tapada. Me resulta extraño y casi un poco desagradable. No sé si a alguien más le estará pasando. ¡Ojalá estas cosas pasen pronto!

Todas las noches rezo con la abuela: "Diosito, que termine este tiempo del coronavirus, ayuda a quienes están en los hospitales o enfermos en sus casas, ayúdanos y acompáñanos para no perder la esperanza y que la vida vuelva a tener abrazos, bailes, juegos y alegría. Que nosotros seamos tu alegría, tú que eres Madre y Padre". Y yo continúo la oración con mi pensamiento "y que no nos volvamos muy raricos, amén", jeje.

Ha sido una alegría volver al colegio, aunque sea con mascarillas, filas para entrar y geles que nos damos a todas horas