Encendemos sus hornillos de pobre carbón. Abanicamos sus pequeñas pero heroicas llamas. Somos con ellas y su vida sencilla, cocinamos con ellas. Aprendemos el manejo de las especias, sobre todo los condimentos de la austeridad en un mundo en que sobran las sofisticaciones.El día pasado otorgaron las Estrellas Michelín en una ceremonia telemática. Nunca entenderé ese brillo tan olvidado de los platos vacíos. Somos del rincón del firmamento donde se supone más palpitan esos luceros fugaces, pero personalmente me seduce más la cocina silente y olvidada. Me he encontrado tantas de esas Estrellas Michelín fuera de casa, en la India, en Nepal, en Etiopía€ tiradas en el suelo, Estrellas Michelín alimentando toda una tropa sin dinero, sin apenas carbón, sin mesa€, estrellas que fulguran olvidadas y que jamás merecerán una letra, un haz de foco en ningún medio. Nuestro mundo está al revés, pues las verdaderas estrellas permanecen ignoradas, sin nadie que las remonte a los cielos.Ninguna Estrella Michelín emularía su diaria y anónima proeza. Han de empezar por buscar combustible y encender el fuego. No tienen un botón que se aprieta y sale llama. En realidad, no tienen mueble, ni utensilios, ni frigorífico... No han oído nunca el motor de una batidora. Se asustarían con el accionar de una termomix.Sólo tienen un suelo con polvo, un sudado hatillo de leña y una vieja cazuela de familiar barro. Aún con todo, cocinarán exquisito, aún con todo colmarán con satisfacción los estómagos de los suyos. ¡Estrellas en sus coloridos sharis! Masterchef, doctorado cum laudem en nuestros culinary centers para estas heroínas de la supervivencia, de la austera y creativa cocina.