uropa Occidental fue reconstituida por el consenso entre empresariado y trabajadores en el Estado de bienestar, limitado a europeos, sin renuncia nacional al colonialismo, campo de batalla fundamental de la Guerra Fría. La Europa de les trente glorieuses, libre y avanzada, modelo frente al socialismo y para los nuevos países liberados del colonialismo. Finalmente, el mismo éxito de Europa hizo concluir a los fuertes en lo no imprescriptible del Estado de bienestar, a la vista de la rentabilidad del trabajo en el denominado Tercer Mundo, lo que llevó a cuestionar la situación de privilegio de los trabajadores en la Europa desarrollada. Aquí llega el desencanto; el recelo de los ingleses ante el continente que se les impone, el temor de los franceses a una emigración que amenaza con diluirlos, la prepotencia de los alemanes que se sienten expropiados por el sur de Europa y el desengaño de españoles, italianos, griegos y demás; temerosos unos y otros de ver pasar ante ellos el dinero de las subvenciones que les habían prometido los europeos ricos. Los vicios originarios de la Europa histórica marcan la frustración de unos europeos que no se reconocen mutuamente y ven con animosidad a sus congéneres de otros estados a quienes culpan de sus propias limitaciones. La culminación del panorama, la llegada masiva del emigrante-enemigo que compromete el bienestar de quienes han hecho rica a Europa, adversario que compite con la baratura de su trabajo aquí y deslocalización de la actividad económica.

¡Europa puede tener otro diseño! El de una democracia profunda que no se limite a los presupuestos de unas elecciones condicionadas por los intereses de cada gobierno para un parlamento sin color, carente de funcionalidad real, y una constitución hermafrodita en quienes los europeos no se encuentran. Simples paliativos de la desdibujada legitimidad tras la que se amparan unas instituciones grises de hombres grises que imponen los intereses ocultos de los poderosos. Europa no será realidad, sino cuando exista un parlamento auténtico, representativo de los intereses de tantos pueblos y diversidad de individuos que puedan mirar a todos los europeos como compatriotas, porque no puede ser otra la finalidad de Europa que la constitución de una nación que supere los viejos estados impositivos que se atribuyen de modo exclusivo el derecho a ser nación. ¡Aquí tiene sentido el patriotismo constitucional al que se refiere Habbermas! El que sobrepase la corta mirada de los actuales estados y garantice la realidad de los pueblos dominados, mediante una capacidad de decisión inmediata que tenga su origen en el acuerdo de un Parlamento europeo de pluralidad y que garantice la autodeterminación de individuos y colectividades. En el acuerdo con los valores solidarios producidos en un Parlamento convergente de toda Europa, que deje la ejecución de sus acuerdos a la decisión autónoma del territorio y supere el viejo nacionalismo impositivo vigente todavía en el Estado-Nación ¡Este es el obstáculo a superar y el objetivo a perseguir! El auténtico plebiscito cotidiano que nos permita identificarnos con la variada y rica realidad europea en cada una de sus manifestaciones y ofrecernos al conjunto de la Humanidad; no como sus dominadores y mentores del pasado inmediato, sino como impulsores de la paz por compartir bienes y cultura mutua.

Nabarralde