ucho nos ha cambiado la vida desde la aparición del virus y la consiguiente pandemia que asola a la humanidad y, según apuntan los datos, especialmente a Europa: un tercio de contagiados y decesos se han producido dentro de nuestras fronteras. A pesar del desarrollo de las vacunas y su lenta administración se desconocen muchos aspectos de esta nueva infección que ataca sobre todo a las personas ancianas, pero también a otros segmentos de población más jóvenes, desarrollando ciertas patologías aún desconocidas. La Sanidad, desbordada de trabajo, incertidumbre y agotamiento laboral y psicológico, más que nunca merece nuestra atención, reconocimiento y ayuda.

A pesar del gesto de los primeros meses, cuando salíamos a aplaudir su labor, no ha faltado con el tiempo un relajo por el anhelo de juntarnos para celebrar, abrazarnos o compartir celebraciones, nofiestas, navidades..., modificamos nuestras costumbres a duras penas y a golpe de decreto que firma estados de excepción, restricciones de distancia social y horarios. Hemos tenido que renunciar a concentraciones socioculturales y a los lugares donde tradicionalmente nos juntamos: los bares, que han tenido que cerrar sus puertas una parte del año y funcionar con severas restricciones el resto. Dado que muchos de los hosteleros son economías modestas, mayoritariamente negocios familiares y cuyos locales no estaban preparados para esta epidemia sino precisamente para la aglomeración, resulta comprensible la alarma creada entre los trabajadores y empresarios del sector.

Insisten los hosteleros y hosteleras que en sus locales el índice de contagio es muy bajo, que las medidas son desproporcionadas y que les abocan al cierre, aunque está claro que son locales cerrados donde es muy difícil mantener las distancias en la mayoría de los casos y en los que se bebe, se come, se fuma (en el exterior), acabamos relajándonos y el virus se propaga más fácilmente.

Para compensar este desastre, el Ayuntamiento está concediendo numerosas licencias de terraza nuevas, ampliaciones de las ya existentes y una nueva modalidad de extensiones en emplazamientos a una distancia considerable del bar matriz, y está pensando ocupar la plaza de Compañía y la de San José después de hacerlo con el paseo de Sarasate, García Castañón... Resulta llamativa esta nueva modalidad de terraza, ya que carece de evacuatorios (es un sitio para beber), requiere toma de agua y electricidad (¿se hacen contratos nuevos a nombre de la extensión? ¿A cuántos metros pueden situarse estas nuevas terrazas del bar original? ¿El diseño sirve para mantener las medidas que se precisan? ¿Habrá plazas para todos?) y en el fondo, aunque algunas de ellas las supriman cuando acabe esta situación, si es que acaba, las que queden serán un nuevo bar más... y el Casco Viejo/Alde Zaharra convertido en un macrocomplejo hostelero.

El detrimento del espacio público, sobre todo en el centro de la ciudad, es más que evidente desde hace tiempo pero, debido a las nuevas condiciones sociales, se está aprovechando aún más para escamotear a la ciudadanía su espacio social, mercantilizando calles y plazas, no tanto el Ayuntamiento, que cobra entre 0,18 €/día y 0,01€/día por metro cuadrado de terraza dependiendo de la zona, como algunos bares (muy pocos) que se ven beneficiados por estas nuevas ampliaciones hosteleras. No parecen unos precios muy exorbitantes precisamente, y tampoco sabemos cuántas de estas nuevas ocupaciones y ampliaciones se quedarán definitivamente.

Si bien es cierto que la hostelería ha sufrido una crisis económica más que considerable, también otros negocios y profesiones se han visto tanto o más perjudicadas por las nuevas condiciones sociales: feriantes, recolectores, artistas, comerciales, montadores de espectáculos, artesanos, eventos, turismo... muchos son los que precisan ayuda: cultura, sanidad, educación, atención social y nadie debería quedar desatendido. ¿Qué hemos aprendido de un año de epidemia?

Reforzar los servicios sociales, los alquileres de vivienda pública, la atención domiciliaria y geriátricos públicos parece ser una prioridad en estos momentos de tanta necesidad, pero quizá sería hora de pensar en rescatar a las personas, como antes hicimos con los bancos, y establecer una renta básica para toda la gente sin ingresos. Atender a las personas, no subvencionar los negocios.

Si el futuro llega algún día, las crónicas dirán que una ardilla podía recorrer la ciudad de punta a punta sin tocar el suelo viajando, tan solo, de terraza en terraza.