l Consistorio anterior tuvo la genial idea de destruir el único espacio de juego libre que tenía el barrio San Jorge-Sanduzelai para construir un universo embaldosado, sembrado de mobiliario urbano impersonal y de caro mantenimiento, por la módica cantidad de 1,4 millones de nada, como sacados de sobaquillo. No consideró la posibilidad de arreglar y mejorar el patinódromo y su estupenda pista interior de futbito y baloncesto que daba juego a la chavalería y al barrio en tiempos de fiestas. El cabildo dejó claro que su idea de ciudad era inamovible en su propuesta y estática en su concepción. Y vista la fastuosa obra, próxima a inaugurar, el concepto de espacio ciudadano está en pañales. Pasa del pañal de bebé en el parquecillo infantil, al de la tercera edad en los bancos al sol. La población en movimiento no pinta nada. La gente más viva, la que más juega en grupo, la que más espacio necesita para su formación, esa, dispondrá de una jaula metálica, más pequeña que una pista de pádel, para jugar a fútbol a lo largo y a baloncesto a lo ancho.

Acabo de descubrir, en mi paseo matutino, que me quedé corto. También se puede jugar a hockey usando las pequeñas porterías que hay en la valla, debajo de las canastas. Lo que han construido es un polideportivo. La pena es que podía haber cerrado un lado y permitir la práctica de pelota mano. Una gran mejora hubiera sido cubrirlo para cobijar el concurso de calderetes en caso de lluvia. Habrá que insistir.

Con esta apuesta municipal por la estabilidad y contra el movimiento estamos más cerca del camposanto y Sanduzelai que de San Jorge. El barrio encarna el aire estático de la huerta de Larequi y el contemplativo del ermitaño que oraba por estos campos de la margen derecha del Arga; a la vez que reniega del animoso joven que se enfrentó al dragón por amor, según la leyenda repetida en mil lugares, que dio origen a los cuentos de hadas, al día del libro y la rosa y al cuarto superior izquierdo del escudo del FCB.

Luego diremos que los jóvenes ya no juegan, que están todo el día con el móvil, que les está saliendo chepa y que el dedo gordo se les ha vuelto el más digital de los dedos. Seguiremos multándoles o mandándoles a la mierda si juegan al fútbol en la plaza, si se suben a los bancos, si golpean las jaimas de los bares, si utilizan los parquecillos de los pequeños, si con las bicis pueden matar a cualquiera, si con los patinetes le rompen la espinilla a la señora acomodada en el banco... Lo único que posibilitaría que la juventud volviese a ese nuevo lugar sería la colocación de wifi libre. Así no joderían al personal.

Entiendo que las personas que forman el pleno municipal no están obligados a leer a Nicolás Garrote o Francesco Tonucci, pero sí a consultar a expertos en la materia cuando van a tomar decisiones del calado de la que tomaron apostando por el juego de salón.

Cada día me reafirmo en mi teoría de que la fachada del Ayuntamiento de Pamplona embruja a sus moradores e imprime carácter a sus obras hasta llegar a aparentar que el ayuntamiento es solo eso, fachada. La preside la diosa Fama, la neska trompetera, escoltada por dos hercúleos barbudos, sendas porras en ristre, que se insinúan levantando levemente el taparrabos en pose burlesque. Fama y fuerza.

Para actualizar y humanizar la fachada cambiaría a la diosa por un televisor, al escudo de Iruña por una hormigonera y a los macizos barbudos les colocaría un casco de obra y les cambiaba la porra por una maza.