Contar historias, poner fechas, narrar acontecimientos, durante los últimos 60 años en Euskadi, y coextensivamente en el resto de España, supone inexorablemente afrontar el sufrimiento y el trauma causados por una organización que se autodenominó Patria y Libertad, una organización que con la pretensión de acabar con una horrenda dictadura, impuso un régimen de terror que acabó convirtiendo la esfera civil en un inmenso altar sacrificial en el que el triunfo del autodenominado héroe nacional sacrificador con el recurso del terror produjo el trauma de las víctimas. El triunfo del héroe terrorista y el trauma de la víctima no son sino las dos caras de un mismo proceso. La organización adoptó la violencia (desde su fundación, hasta el alto el fuego unilateral de 2011, asesinó a 829 personas) no sólo por razones de eficacia política, sino también por su eficacia simbólica, por su eficacia icono-política, pero esta se invirtió de forma estrepitosa cuando asesinó, de una forma deliberadamente despiadada, después de tenerlo secuestrado dos días intentando en vano chantajear a la opinión pública, al concejal del Partido Popular en Ermua, Vizcaya, Miguel Angel Blanco (MAB), de dos tiros en la cabeza, con las manos atadas a la espalda y lo abandonó todavía agonizante en la cuneta de una carretera cerca de Lasarte. Este asesinato representa un key event, un acontecimiento excepcional que desafía la posición dominante del discurso de la nación en el País Vasco para introducir una narrativa alternativa que procederá exitosamente a la resacralización de la persona, superando en eficacia icónica a los propios sacrificadores caídos de ETA. Este asesinato generará un rito piacular de duelo nacional, en donde se hará patente un gran proceso de movilización colectiva, de efervescencia colectiva, donde se pondrá de manifiesto que la organización atentó contra lo más sagrado, contra el corazón de la colectividad, la vida humana, generando un torrente de solidaridad que atravesó las ideologías, las clases y los territorios. A partir de ese momento la legitimidad de la narrativa ritual violenta de la nación, apoyada en el terror, quedó herida de muerte. La muerte de MAB no fue otro asesinato más, fue la condensación ritual de un trauma cultural que marcó un antes y un después en la formación de la memoria colectiva en el País Vasco.