l trabajo con adolescentes en el Programa Suspertu depara, en muchas ocasiones, momentos ilusionantes que nos permiten seguir creyendo en ellos y en ellas y en su capacidad para avanzar hacia una sociedad mejor.

Uno de estos ocurrió hace pocas semanas en el transcurso de una conversación con un chico de 15 años. El menor juega a fútbol en un equipo de la comarca. Molesto con la actitud de su entrenador, escribió un mensaje de despedida en el grupo de WhatsApp de sus compañeros. Entre otras cosas le recriminaba las repetidas bromas que utilizaba para motivar a sus jugadores: “en el fútbol como con las chicas hay que meterla...”.

Desafortunadamente este tipo de arengas de Primera de Machirulo Regional no son excepción en el deporte formativo en edad escolar y mucho menos en el adulto. Quien más quien menos ha escuchado alguna vez aquello de “corres como una niña...” o “eres una nenaza...”. Este tipo de comentarios son inaceptables y calan en el ideario de nuestros menores. Que varones millennials que no alcanzan los 30 años transmitan todavía semejantes discursos rancios a adolescentes en busca de su identidad resulta descorazonador y alarmante.

No deberíamos despreciar el impacto de estos mensajes en la configuración de actitudes sexistas en nuestros hijos. El entorno deportivo no deja de ser un espacio educativo incluso más significativo que el ámbito escolar. Una oportunidad irrenunciable para el fomento y desarrollo de valores universales inequívocamente defendidos desde el feminismo como la igualdad, la equidad, la libertad o la no discriminación. Mirar para otro lado y reír las gracias de agentes educativo-deportivos con sobredosis de testiculina no hará más que seguir alimentando la desigualdad entre mujeres y hombres. También legitiman y perpetúan la violencia machista. Es necesario romper la falaz relación que vincula el poderío de la bolsa escrotal al desempeño deportivo. Un breve recorrido por los y las mejores deportistas de la historia desmonta empíricamente la anterior ecuación. Más huevos llenos de materia gris para ganar, competir, mejorar y disfrutar con el deporte.

Y en esta labor educativa de Primera División hay que exigir responsabilidades:

-A los y las dirigentes de los diferentes clubes y entidades deportivas para identificar, cuestionar y sancionar este tipo de actitudes. No perder la visión educativa e integradora del deporte por encima de la proyección deportiva individual o colectiva. Es entretenido jugar a ser manager general del FIFA pero mucho más enriquecedor es contribuir a un buen desarrollo personal de nuestros y nuestras menores.

-A los padres y madres de las futuras estrellas deportivas de la próxima década. En el camino se quedarán la inmensa mayoría de sus vástagos. Criticar y denunciar actitudes sexistas y, sobre todo, educar en los buenos tratos será la mejor herencia para un mundo más justo e igualitario.

-Y a la administración que debe impulsar y aprovechar el extraordinario escenario educativo y de fomento de los valores que brinda el deporte escolar. Tal y como propugna la actual Ley Foral 17/2019 en materia de igualdad, “promoverá una educación no formal que garantice el principio de igualdad entre mujeres y hombres”. Debe ser exigente con la transmisión de los valores propios del deporte como la igualdad, el compañerismo, el juego limpio o la diversidad. En sus manos está la formación de entrenadores más allá de los conocimientos técnicos de sus disciplinas, así como la contratación de mujeres como entrenadoras que rompan con los tradicionales estereotipos sexistas. Pueden servir de ejemplo acciones dirigidas a estrategias efectivas de motivación y el desarrollo de habilidades de comunicación basadas en el respeto y la igualdad, así como la formación en perspectiva de género.

Y mientras tanto, ¿a alguien se le ocurre qué pasaría si este tipo de comportamientos fueran práctica habitual del profesorado de un centro escolar? Si un profesor o profesora de historia animara a sus educandos al grito de los cojones de Espartero o las hazañas sexuales de Fernando el Católico seguramente alguien alzaría la voz. Tomen nota.

Pero seamos optimistas. Algo estaremos haciendo bien cuando un imberbe de 15 años es capaz de identificar este tipo de mensajes escandalosamente machistas y después tiene la valentía de reprobar a su formador ante sus iguales. Actitudes como estas despiertan el sentido crítico y son generadoras de un efecto dominó entre iguales del mismo sexo. Nuestros chicos necesitan referentes que practiquen nuevas masculinidades. Más respetuosas, igualitarias y corresponsables. En este sentido, no hay mejor modelo en la adolescencia que el transmitido entre los propios iguales.

En tiempos de demonización de la juventud del botellón, brotes morados nos enseñan el camino hacia una sociedad más igualitaria.

*El autor es director del Programa Suspertu de la Fundación Proyecto Hombre de Navarra