En el desierto de la vanidad, una niña llora con lágrimas de libertad. Ante las bombas del hombre, ahora inhumano, grita al cielo porque tiene miedo. Miedo a morir, por instinto, miedo a morir, desnuda, sin sustento. Pero todavía, con ganas de soñar, soñar con que el fuego fuese de fiesta, las balas de chocolate y las pistolas de caramelo; los cascos de carnaval y los tanques de papel; los bombardeos fuegos pirotécnicos, y los sollozos, culminación de risa contenida. El egoísmo, el cinismo, la prepotencia, el odio, fuesen un collar de peras desparramado, tan desparramado que se perdiese en la miseria. Miseria a la que el hombre no pudiera llegar. Y sigue soñando, mientras la muerte le acecha y se cierne sobre hasta consumirla. Cuerpo pequeño e inocente que la guerra se lleva; alma pura y libre que nunca dejará de brillar. Porque sin poder vivir todo lo que debía haber vivido, hará pensar a muchos lo bella que es la vida en paz y armonía.