El pasado domingo, lejos de hacer infinitas integrales como buena estudiante en vísperas de un examen, preferí ir a ver el partido de fútbol de mi hermano pequeño (tiene 12 años). Es posible que ahora mismo el lector esté pensando: “qué mejor manera para acabar un fin de semana que viendo un partido al sol” y, efectivamente, con esa intención iba yo. Además de disfrutar de un disputado partido y de valorar en mi mente del uno al diez las combinaciones de colores de las botas de los jugadores, me encontré con una situación para nuestra desgracia muy común. Se trata, cómo no, de los incesables comentarios de los padres. Comentarios que van desde “Árbitro ya vale ponte lentillas” pasando por “Venga hombre, que ya lleva unas pocas faltas pita algo”, y no podía faltar el conocido y famoso: “¡Penalti árbitro penalti! en una falta a diez metros del área como poco. Esto no acaba aquí, añadiendo blasfemias y gritos desgarradores, los padres apoyan a sus hijos a hacer faltas a otros jugadores. He llegado a presenciar a padres dar literalmente la enhorabuena a sus hijos por lesionar a un jugador del equipo contrario.Como jugadora de este deporte me resulta vergonzoso que se grite así en lo que es una actividad deportiva y que no se vea como lo que es, un rato en el que los niños, jóvenes y adolescentes disfrutan un rato y compiten (no a muerte). No digo que los padres deban dejar de vivir los partidos de sus hijos, para nada, al contrario, los invito a que vayan y que les animen, y que cuando caigan al suelo les digan de levantarse y seguir adelante de buena manera, y, por supuestísimo, respetar al árbitro. Y para aquellos que se quejan al equipo contrario por el hecho de que su hijo pierda el balón tengan en cuenta que su hijo no es Maradona, Puyol, Raúl, Mbappeé o Benzema, que no digo que nunca hayan perdido el balón, pero me refiero a que su hijo no está luchando por premios ni dinero sino por mera diversión. Porque jugamos a fútbol por diversión, no para armar una lucha contra un equipo de niños de 12 años.