En el mundo desarrollado el subsidio es un hecho generalizado, pues de lo contrario, sería la ley del más fuerte. Además, es seña positiva de justicia el hecho de que la sociedad apoye a los que no pueden valerse por sí mismos. Pero también preocupante que el sistema económico no permita a cada ciudadano ser autónomo y vivir con el producto de su trabajo. Aunque el subsidio tiene sesgo humillante, pues quien la percibe siempre está sujeto a ser investigado. Los ricos, que no las necesitan, además de vivir mejor no tienen que pasar por la humillación de pedirlas y ser investigados y protestan porque dicen que los pobres viven a costa de los impuestos que pagan ellos, por eso les acusan de resentidos. Los sistemas sociales de los países avanzados que distribuyen la riqueza vía impuestos realmente están evidenciando que son ineficientes porque no crean la riqueza suficiente como para que cada ciudadano sea autónomo para vivir. Claro que la actitud de los ricos que critican la caridad institucionalizada de las subvenciones es para ellos injusta. Aunque realmente son los ricos quienes más subvenciones perciben, si bien no de la forma humillante de los pobres, sino que las negocian para sus empresas cuando no son capaces de generar la riqueza necesaria para cubrir los costes y obtener beneficios. Por ello necesitan el apoyo vía subvención. Por tanto, ese rigor al condenar los apoyos a los pobres oculta la realidad, pues algunas son mal gestionadas y tienen que ser sostenidas con fondos públicos que proceden de los impuestos que pagan tanto los ricos como los trabajadores que se nutren de los presupuestos del estado al que todos forman parte. Así queda evidenciado que el sistema capitalista no es capaz de autoregenerarse indefinidamente como afirmaban los clásicos y teme ser sustituido por otro radicalmente opuesto cuyo fundamento sea la solidaridad y no el beneficio que es el del capitalismo.